En la presidencia de Domingo Santa María (1881-1886) ocupó varios ministerios sucesivamente: Relaciones Exteriores, Defensa e Interior. El 18 de septiembre de 1886 ocupó la presidencia como sucesor de Santa María.
Inició su mandato con el propósito de unir a los liberales, que se hallaban fragmentados entre los partidarios del gobierno, los opositores y los radicales. También se impuso llegar a un entendimiento con la iglesia, ya que durante el gobierno de Santa María se habían roto las relaciones con la Santa Sede, por conflictos de competencias en la designación de Arzobispos (El conflicto se solucionó con la designación de Mariano Casanova, como Arzobispo de Santiago), desarrollar el país tanto en materia cultural, construyendo numerosas instituciones de enseñanza, como en obras públicas (extendió las vías ferroviarias, construyó caminos y puentes) y lograr más rédito económico con el salitre, aumentando su exportación, lo que motivó un descenso de su precio, y el odio de los aristócratas que lucraban con sus beneficios.
Su gabinete estuvo integrado por los siguientes ministros: Eusebio Lillo (Interior), Joaquín Godoy (Relaciones Exteriores) Pedro Montt (Justicia, Culto e Instrucción pública) Evaristo Sánchez (Guerra y marina) y Agustín Ross (Hacienda).
Los liberales disidentes obligaron a renunciar al Ministro del Interior, que fue reemplazado por Carlos Antúnez. En este período se creó el Ministerio de Obras Públicas.
Los liberales disidentes presionaron al presidente para expulsar a los nacionales del gabinete, para estar integrado solo por liberales, lo que frustró la tan ansiada unidad propuesta en sus inicios.
Los opositores al gobierno, formaron una fuerza política “Cuadrilátero” propiciando el parlamentarismo y la libre acción de los partidos políticos, interviniendo éstos en la elección de los presidentes, y no aceptándose unilateralmente los candidatos oficiales.
Tratando de conciliar sus intereses de dotar al ejecutivo de un poder amplio, con el de los parlamentaristas, deseosos de poner coto a la omnipotencia presidencial, nombró gabinetes mixtos, para lograr que el Congreso no pusiera trabas a la aprobación de las llamadas leyes periódicas. En 1890, habiendo votado el Congreso esas leyes, Balmaceda decidió conformar su ministerio con sus afines, y aún más; reemplazó al Ministro del Interior por Sanfuentes, cosa prohibida por la Constitución, lo que acrecentó la oposición que se negó a votar la Ley de Presupuestos para 1891.
El presidente Balmaceda trató de realizar un autogolpe, eliminando el Congreso y concentrar en su persona todos los poderes (dictadura). El Arzobispo de Santiago, Mariano Casanova, realizó una mediación que evitó el golpe, a cambio de una nueva conformación de un gabinete que complaciera a los parlamentarios, quienes aprobarían la ley de presupuesto. Esto no funcionó pues pronto surgieron discrepancias entre Balmaceda y el nuevo ministro del Interior, Belisario Prats. Balmaceda puso fin a las sesiones de tipo extraordinario de la Cámara Legislativa, y designó un nuevo gabinete adicto, lo que enardeció a los congresistas, que aún no habían votado la ley de presupuesto, lo que fue solucionado por decreto presidencial, habilitando la ley del año anterior.
La prensa inició una campaña de desprestigio contra Balmaceda, a quien calificaban de tirano, de vengativo, de afeminado y de sufrir desequilibrios psíquicos.
Viéndose acorralado, Balmaceda impuso una dictadura, mientras los parlamentarios, desde Iquique. organizaban la resistencia designando una Junta revolucionaria al frente del gobierno, que desconocía al nuevo dictador, quien delegó sus funciones en su ministro, Domingo Godoy.
Así se desató la guerra civil de 1891 entre presidencialistas y parlamentaristas.
Godoy solo sembró enemigos en su gestión por la extrema crueldad con la que actuó en la represión de sus opositores, y fue reemplazado en nuevas elecciones por Claudio Vicuña.
El 16 de agosto de 1891, los revolucionarios, para impedir la concentración de fuerzas dictatoriales, cuyo número resultaría imposible de vencer, elaboraron a través del Comité de Santiago, una estrategia, que consistía en cortar los puentes de Angostura y Maipo. Para ello, en pequeños grupos, los insurgentes se desplazaron hasta el este de Santiago, al fundo de Lo Cañas, cuyo dueño era Carlos Walker Martínez, senador, de ideas conservadoras. Pero la suerte no estaba de su lado ya que el ejército del presidente los rodeó siendo torturados y ejecutados, por orden del coronel Orozimbo Barbosa.
La guerra civil, sin embargo, terminó con la derrota de las fuerzas de Balmaceda, quien entregó el poder al general Manuel Baquedano. La familia del ex presidente se refugió en la embajada estadounidense mientras él lo hacía en la argentina.
Los revolucionarios vencedores no tuvieron contemplaciones con los vencidos, y predominó el saqueo y la destrucción de las propiedades enemigas. Solo tres días estuvo en el mando Baquedano, para entregarlo a la Junta Revolucionaria.
El 19 de septiembre de 1891, el suicidio de Balmaceda, quien se disparó en la sien derecha, terminó con la vida de un hombre polémico, lleno de buenas intenciones, como las de engrandecer a su patria, que chocó en la práctica con sus propias ambiciones y las de sus íntimos colaboradores. Dejó un testamento político, donde demuestra su convencimiento en el fracaso del régimen parlamentarista, que terminará con la libertad electoral y política y con la paz en el seno del Congreso.
Expresa su convicción en la creencia en el sistema republicano de división de poderes, cuando en los hechos su gobierno cayó en una feroz dictadura, vaticinando una nueva guerra civil, por la división de las facciones en pugna, aunque también mantiene la confianza de que finalmente triunfará la causa por la que peleó, de la defensa de las instituciones.
A pesar de su cuestionada existencia y la contradicción de sus pensamientos con la realidad, tuvo razón: el régimen parlamentario no duraría demasiado. El año 1920 marcaría el fin de esa etapa.
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