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lunes, 22 de septiembre de 2008

LA GUERRA DE ARAUCO

La Guerra de Arauco se destacó por su ferocidad y extensión en el tiempo, ya que los araucanos se opusieron durante más de cuatro siglos a la presencia en sus tierras de los incas, los españoles y los chilenos hasta 1883. En la imagen se nos muestra a Galvarino cuando es sometido a escarmiento por los conquistadores españoles.

Lautaro, joven araucano a los 16 años ideó un plan estratégico para derrotar a los españoles, pues había servido como caballerizo a Pedro de Valdivia. Su plan consistía en atacar en sucesivas oleadas de guerreros, en lugares accidentados, pantanosos y boscosos, sin darles tregua.

En vísperas de Navidad de 1553, un destacamento de soldados que se dirigía al fuerte Tucapel, fue asaltado por los araucanos quienes luego atacaron al fuerte instalado en las estribaciones de la cordillera de Nahuelbuta. Al mismo tiempo, por órdenes de Lautaro, era atacado el fuerte Purén. Antes estos acontecimientos, Valdivia se dirigió a auxiliar el fuerte Tucapel y envió a Juan Gómez de Almagro a Purén. Al llegar Valdivia al fuerte encontró escombros humeantes, pero luego salió una turba de indígenas a los que Valdivia pretendió castigar por la destrucción del fuerte. El enfrentamiento se efectuó según el plan de Lautaro, todos los españoles debieron luchar, hasta el Gobernador, sin darles tregua a los indígenas, aún cuando sabían que estaba todo perdido. Uno de los últimos en ser capturados fue Valdivia, al hundirse su caballo en un pantano. Luego fue masacrado por los araucanos, lo que provocó gran pánico entre los españoles situados en las ciudades del sur del Bío-Bío. Los atemorizados pobladores se refugiaron en las ciudades de La Imperial, Los Confines y Concepción.

El sucesor de Valdivia fue Francisco de Villagra quien organizó un destacamento de 155 soldados y seis cañones y partió al sur para vengar la muerte del gobernador. Al sur del río Bío-Bío, en la planicie de Marigüeño lo esperaba Lautaro, quien dejó avanzar a los españoles hasta la serranía de Laraquete. En la madrugada del 26 de Febrero de 1554, una vez que los españoles estaban cansados, los atacaron sin tregua, ahora utilizando el lazo como arma certera, desmontaban con él a los españoles de sus cabalgaduras. La lucha duró 8 horas y los soldados del rey comenzaron a desbandarse. Una vez que los españoles fueron derrotados, Lautaro y sus hombres comenzaron la retirada.

La derrota de Marigüeño produjo más pánico que la de Tucapel. Los pobladores de Concepción pensaron en escapar hacia el norte y comenzaron a desmantelar la ciudad, a pesar de que Villagra pretendió calmar los ánimos. Una desordenada y masiva huída hacia Santiago se produjo entonces, mientras los araucanos comenzaban a celebrar su triunfo según sus tradiciones. Después de esto, los araucanos asaltaron y saquearon a la despoblada ciudad de Concepción, incendiándola y destruyéndola totalmente.

Más al sur, la ciudad de La Imperial no fue molestada por los araucanos y el capitán Pedro de Villagra realizó expediciones por sus alrededores destruyendo empalizadas y pueblos indígenas. La ciudad de Valdivia, al margen del territorio araucano, tampoco fue atacada y siguió teniendo cordiales relaciones con los indios huilliches.

El período de inactividad guerrera se debió a que durante varios meses los araucanos sufrieron en el invierno de 1554, una gran sequía que produjo estragos en su población, lo que provocó abandono de cosechas y sembrados, esto originó una gran hambruna.

Mientras tanto, en Santiago, se daba asilo a los refugiados y tras la derrota de Marigüeño y el éxodo de Concepción, el Cabildo pidió refuerzos al Perú. Desde Lima llegaron Juan Nuñez del Prado y Gabriel de la Cruz. En Santiago, tratando de disculpar sus errores y responsabilidades no tardó en surgir entre los españoles recriminaciones por lo sucedido.

Lautaro enterado de lo sucedido en Santiago, organizó sus hombres y con su ejército se apoderó de la ciudad de los Confines, marchando luego sobre Concepción que había sido reconstruida, la que volvió a ser arrasada e incendiada. También Villarrica fue sitiada por unos meses. La Audiencia de Lima ante estos hechos, designó a Francisco de Villagra como Corregidor y Justicia Mayor para hacer frente a los indígenas. Desde Santiago se envió a Diego Cano y Pedro de Villagra a detener el paso de Lautaro quien pretendía venir hacia el norte. Lautaro no consiguió sus fines, ya que en la región del río Maule no pudo conseguir el apoyo de los picunches, a los que quiso derrotar, pues estos se aliaron a los españoles para ayudarlos en la conquista.

Al regresar a Santiago, Villagra tomó conocimiento de la muerte de Jerónimo de Alderete en Panamá, a quien el rey lo había nombrado gobernador de Chile, también se enteró que el Virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, había designado a su hijo García Hurtado de Mendoza para reemplazar a Alderete. Villagra, a pesar de su disgusto por este nombramiento, no abandonó sus responsabilidades y se dirigió al sur a La Imperial para poner fin a Lautaro, quien se encontraba refugiado en Chilipirco, cerca de Peteroa en la ribera sur del río Mataquito, donde había construido un refugio. Villagra pudo encontrar a Lautaro con la ayuda de los indios aliados de los españoles. La cabeza de Lautaro fue exhibida en Santiago como trofeo.

Con esta victoria española, a la llegada del gobernador Hurtado de Mendoza, ya se había superado la grave crisis. Con la derrota de Lautaro se había conseguido eliminar el mayor peligro al que tenían que enfrentarse los conquistadores, pero la lucha continuaría, no sólo durante el gobierno de García Hurtado, sino que por más de trescientos años.

El gobernador García Hurtado de Mendoza organizó un poderoso ejército y se dirigió al sur por mar, con la intención de someter definitivamente la región del Bío-Bío.. Ahora no era fácil dominarlos, pero los españoles se encontraban en ventaja porque habían adquirido nuevos implementos de guerra, como cañones y arcabuces (arma de fuego de poco calibre).

Después de la destrucción del fuerte San Luis, los araucanos quedaron a la espera del ataque de los españoles, los que al mando de Alonso de Reinoso, se adelantaron temerariamente siendo atacados por los indígenas en un lugar llamado Lagunillas, donde los araucanos demostraron su fuerza y destreza, por lo que Rodrigo de Quiroga y sus hombres debieron intervenir para tratar de destruir a los mapuches. Ni araucanos ni españoles salieron victoriosos, pero García Hurtado ordenó un escarmiento ejemplar entre los araucanos castigando a los caciques que habían sido apresados. La mutilación de Galvarino fue un acto bárbaro, pero tampoco amilanaría a los mapuches.

Los araucanos, mandados por Caupolicán volvieron a la carga en el pequeño valle de Millarapue, la lucha duraría todo un día y los indios terminarían derrotados. Murió un centenar de indígenas y hubo nuevamente atroces represalias. Caupolicán prisionero, fue llevado a Tucapel donde fue condenado a morir empalado. García Hurtado de Mendoza creyó haber pacificado la región, pero los araucanos fueron recuperándose poco a poco volviendo a sublevarse una y otra vez.

El sucesor de García Hurtado fue Francisco de Villagra quien debió continuar con la guerra para someter a los indígenas. Además, debió resolver los problemas derivados de la aplicación de ordenanzas protectoras a favor de los indios, emanadas de las "tasas" o tributos que reemplazaban el trabajo obligatorio a que estaban sometidos los indios "encomendados". Los españoles encomenderos se oponían a las ordenanzas reales como también a las tasas impuestas a favor de los indios. Esto creó otro problema casi permanente durante los primeros años de la dominación hispana.

Por enfermedad de Francisco de Villagra asumió su primo, el capitán Pedro de Villagra, quien debió salvar la difícil situación, pues los araucanos nuevamente habían derrotado a un destacamento en Lincoyán, en las inmediaciones de Cañete. Pedro de Villagra reagrupó a sus efectivos y les ordenó abandonar algunos fuertes; con la ayuda de Bernal de Mercado, atacaron Angol y realizaron victoriosas incursiones en los reductos indígenas. Poco después de las Batallas de Reinogüelén y Tolmillán, los indígenas fueron totalmente derrotados y sus caciques hechos prisioneros.

Pedro de Villagra cayó víctima de intrigas de los encomenderos y debió partir a Lima, siendo reemplazado por Rodrigo de Quiroga quien prosiguió la lucha con relativo éxito. Quiroga reunió a un poderoso ejército el que se vio reforzado con más de ochocientos indios auxiliares, entre los que se contaban los picunches, tradicionales enemigos de los araucanos. Con este ejército fue posible rehabilitar los fuertes de Arauco y rechazar a los araucanos en todos los frentes.

En reemplazo de Quiroga fue nombrado un excelente militar, Alonso de Sotomayor, quien solicitó mayores recursos y el envío de un numeroso contingente para poder dominar la región de los araucanos. Pero sólo se le envió un pequeño contingente y las autoridades cometieron otro grave error al reemplazarlo por Martín García Oñez de Loyola, quien estaba a cargo de la gobernación de Paraguay. De este error se percató García Hurtado de Mendoza, que ahora se encontraba en Perú como Virrey, el que escribió al rey previniéndole sobre el peligro que significaba nombrar al inexperto Oñez de Loyola. Según García Hurtado de Mendoza, la destrucción de los mapuches no había avanzado debido a que cuando un gobernador lograba éxitos en dicha labor , era reemplazado y se deshacía lo hecho. Aún así, Oñez de Loyola asumió en 1592.

En los últimos meses del año 1598, Oñez de Loyola se dirigió a Angol para auxiliarla, llegando con sus tropas a orillas del río Lumaco en un lugar denominado Curalaba, donde los mapuches lo atacaron de madrugada al mando del cacique Pelantaro. La lucha fue sangrienta y considerada por los españoles como una verdadera carnicería, en ella muere Oñez de Loyola y, a continuación, todas las ciudades del sur fueron atacadas por Pelantaro. Valdivia y Chillan fueron asaltadas e incendiadas; La Imperial y Angol al no soportar el asedio, fueron abandonadas; sólo Osorno y Villarrica fueron defendidas por sus pobladores permanentemente. Esta derrota de los españoles se recuerda como el desastre de Curalaba ocurrido en 1598.

Sucesores de Oñez de Loyola fueron Alonso de Ribera y Alonso García de Ramón quienes se preocuparon de organizar un ejército permanente y profesional que les permitiera defender los territorios conquistadoS y poder enfrentarse al mapuche para su definitiva dominación

A fines del siglo XVI y comienzos del XVII, el padre jesuíta Luis de Valdivia pretendía propagar la fe católica entre los indios, para esto acompañó a García Ramón a Concepción y decidió sostener una reunión o parlamento con los indígenas, su objetivo: establecer la paz y la amistad. Esta era una medida que conduciría a la guerra defensiva. Los acuerdos tomados en esta reunión no fueron respetados por españoles ni indios, el ayudante del padre Luis de Valdivia fue muerto por los indios, por lo que García de Ramón entre 1606 y 1607, descartó cualquier alianza o trato con ellos. Recién, en 1626, fue suspendido definitivamente el sistema de guerra defensiva por considerarlo un fracaso.

Después del ineficiente sistema defensivo, aplicado entre 1613 y 1621, el gobernador Luis Fernández de Córdoba pasó definitivamente a la ofensiva. Pese a esto, los araucanos estaban preparados para cualquier ataque y bajo las órdenes del cacique Lientur sorprendieron a los españoles en un lugar denominado Las Cangrejenas (1629) tomando varios prisioneros.

El nuevo gobernador, Francisco Laso de la Vega, debió enfrentar la derrota de Las Cangrejeras, pero finalmente logró vencer a los araucanos en la batalla de Albarra (1633). Posteriormente, con el gobierno del marqués Baides se inicia el sistema de Parlamentos que significaron un paréntesis de relativa paz entre mapuches y españoles. El primer parlamento se efectuó en los llanos de Quillín en 1641, en él acordaron reconocer la independencia de los mapuches entre el río BíoBío y el Toltén y éstos aceptarían a los misioneros, a la vez que se haría un canje entre los prisioneros. Pero las hostilidades continuaron y en esta época la presencia de los mestizos entre los araucanos, va a instigar a los jefes indígenas para ir en contra de los hispanos.

El gobernador Acuña y Cabrera celebraron las paces de Boroa en 1656. Los indios se sublevaron nuevamente al mando del mestizo Alejo, causando serias molestias entre los españoles durante tres años. Estas hostilidades continuaron cuando un modesto funcionario al servicio de los jesuítas, se pasó al bando de los mapuches (1675). Posteriormente, se da una relativa tranquilidad a fines del siglo XVII y el gobernador Tomás Marín de Poveda realizó un Parlamento en Yumbel en 1692 con el fin de que los indígenas aceptaran a los misioneros.

Durante el transcurso del siglo XVIII el sistema de Parlamentos continuó aplicándose. Cano y Aponte celebró otro en Yumbel estableciendo la paz por casi tres años : Parlamento de Negrete 1726. Más adelante y en forma sucesiva se realizaron los siguientes Parlamentos:

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