
En 1520 inició su carrera como soldado en la Guerra de las Comunidades de Castilla, y posteriormente militó en el ejército del emperador Carlos V, destacando su participación durante las campañas de Flandes y las Guerras Italianas, en la Batalla de Pavía y en el asalto a Roma. Contrajo matrimonio en Zalamea en 1527, con doña Marina Ortiz de Gaete, natural de Salamanca. En 1535 partió al Nuevo Mundo y no volvería a ver a su esposa.
Con el título de Teniente gobernador otorgado por Francisco Pizarro, lideró la Conquista de Chile a partir de 1540, fundando las ciudades de Santiago de Nueva Extremadura el 12 de febrero de 1541, Concepción en 1552, La Imperial en 1551, y Valdivia en 1552. Dispuso además la fundación de las ciudades de La Serena, Villarrica, y Los Confines.
En 1541 recibió de sus compañeros conquistadores organizados en un cabildo, el título de Gobernador y Capitán General del Reino de Chile. Después de sofocar la resistencia indígena y algunas conspiraciones en su contra, regresó al Virreynato del Perú en 1548, donde Pedro de la Gasca le confirmó el título. De regreso a Chile emprendió la llamada Guerra de Arauco, en la cual murió en 1553, en la batalla de Tucapel.
Emprendió viaje a América en la expedición de Jerónimo de Ortal,[3] llegando a la isla de Cubagua en 1535. Allí participó en el descubrimiento y conquista de Venezuela con su amigo Juan Fernández de Alderete, compañero de armas en la Guerra de las Comunidades de Castilla. Pasó unos meses en Coro donde conoció a Francisco Martínez Vegaso. Años después los tres se asociarían para la conquista de Chile.
Después de un período todavía no esclarecido por la Historia, en 1538 Valdivia pasó a Perú y se alistó en las fuerzas de Francisco Pizarro, participando como su Maestre de Campo en la guerra civil que Pizarro mantenía con Diego de Almagro. Al finalizar este conflicto con Almagro derrotado en la Batalla de las Salinas, su desempeño militar fue reconocido y recompensado con minas de plata en el Cerro de Porco (Potosí), y tierras en el valle de la Canela (Charcas). Cercana a esta encomienda estaba la asignada a la viuda Inés Suárez, con quien establece un vínculo íntimo, a pesar tener esposa en España.
Hacia fines de 1538 Valdivia se presentó a una audiencia con Pizarro. Solicitaba autorización para partir al sur del Perú, a conquistar y poblar las provincias llamadas Chili por los incas.
"Os habéis vuelto locos", dijo inicialmente Pizarro. Le pareció un disparate que Valdivia dejara la mina de Porco y la encomienda del valle de la Canela, que le rentaban docientos mil pesos de oro anualmente, para emprender la conquista del territorio donde en 1536 había fracasado el adelantado Diego de Almagro con quinientos hombres, y la pérdida de quinientos mil pesos. Pero lo cierto es que para el gobernador del Perú la iniciativa suponía algunos beneficios y ningún costo. Valdivia dejaría disponibles para otro colaborador los repartimientos de indios y la mina. Además la autorización no involucraba apoyo económico, al menos de las cajas reales, pues era costumbre por entonces que los conquistadores se financiasen por su cuenta. Cediendo al entusiasmo del Maestre de Campo, le facultó en abril de 1539 para pasar a la conquista de Chile como su teniente de gobernador, aunque "no me favoreció —escribía más tarde Valdivia—, ni con un tan solo peso de la Caja de S. M. ni suyo, y a mi costa e misión hice la gente e gastos que convino para la jornada, y me adeudé por lo poco que hallé prestado, demás de lo que al presente yo tenía".[4]
Pese a su empeño, las dificultades para reunir financiamiento y soldados estuvieron a punto de frustrar el plan de Valdivia. Los prestamistas juzgaban desmesurado el riesgo a sus capitales, y la gente rehuía enrolarse en la conquista de la tierra más desacreditada de las Indias, considerada desde la vuelta de Almagro como miserable y hostil, sin oro, y de clima muy frío. Al decir de Valdivia en carta al Emperador Carlos V de fecha 4 de septiembre de 1545, "no había hombre que quisiera venir a esta tierra, y los que más huían della eran los que trajo el Adelantado don Diego de Almagro, que como la desamparó, quedo tan mal infamada, que como de la pestilencia huían de ella; y aún muchas personas que me querían y eran tenidos por cuerdos, no me tuvieron por tal cuando tuve que gastar la hacienda que tenía, en una empresa tan apartada del Perú y donde el Adelantado no había perseverado".[5]
Hasta que se dirigió a un acaudalado comerciante prestamista, Francisco Martínez, que acababa de llegar de España con armas, caballos y otros artículos muy apreciados en las colonias. Martínez accedió a contribuir, aportando nueve mil pesos de oro en mercaderías, valoradas al precio que al mercader mejor le pareció. A cambio de su capital y el riesgo, exigía nada menos que la mitad de los beneficios que produjese la empresa, aunque todo el peso de los trabajos de la conquista recaía sobre Valdivia. Sin alternativa, éste aceptó.
Finalmente logró reunir unos setenta mil pesos castellanos,[6] suma escasa para la envergadura de la iniciativa, pues por entonces un caballo por ejemplo, costaba dos mil. En cuanto a soldados, sólo once se enrolaron en la aventura,[7] más la plasenciana Inés Suárez, que vendió sus alhajas y todo lo que tenía para ayudar a los gastos de Valdivia. Iba en calidad de criada de éste, para disimular un poco que era en realidad su manceba.
Cuando ya se disponía a emprender la marcha, llegó a Cuzco el antiguo secretario de Pizarro, Pedro Sánchez de la Hoz, que había vuelto a España luego de hacer fortuna en la conquista temprana del Perú. Regresaba con cédula otorgada por Rey que le facultaba a explorar las tierras al sur del Estrecho de Magallanes, dándole el título de Gobernador de las tierras que allí descubriese. A instancias de Pizarro, Valdivia y Sánchez de la Hoz celebraron un contrato de compañía en la que el primero aportaba todo lo reunido al momento, y el segundo se comprometía a aportar cincuenta caballos y doscientas corazas y a equipar dos buques que al cabo de cuatro meses debían traer a Chile diversas mercaderías para apoyar la expedición. Aquella sociedad iba a causar numerosos contratiempos a Valdivia, a quien Sánchez de la Hoz consideraba un obstáculo a sus ambiciones.
¿Qué movía a Pedro de Valdivia a emprender un proyecto que casi todos consideraban insensato?. Pensaba que las desacreditadas tierras del sur eran apropiadas para establecer una gobernación de carácter agrícola, y creía poder descubrir suficientes riquezas mineras, si bien no tan abundantes como en el Perú, pero suficientes para sostener una colonia de la que él fuese Señor. Porque por encima de todo Valdivia se proponía establecer un nuevo reino que le diese fama y poder. "Dejar fama y memoria de mí", decía. Aunque uno más de los hidalgos aventureros que por entonces venían de España a "hacer la América", los talentos de Valdivia eran superiores. Bien lo sabía, y estaba convencido que conseguiría renombre en el "tan mal infamado" Chile, pues mientras más difícil la empresa, más fama para el emprendedor. Astuto, infatigable y con gran sentido de la oportunidad, este líder audaz, a menudo imprudente, tuvo la virtud —y acaso la genialidad— de levantar la mirada por sobre riquezas triviales y ver futuro allá, donde los demás sólo veían dificultades.
En enero de 1540 la columna expedicionaria salía de Cuzco, "no con tanto aparejo como era menester, contaba Valdivia, pero con el ánimo que sobraba a los trabajos que podían pasar y pasaron". Iniciaron la marcha sólo once españoles y la Suárez, apoyados por un millar de yanaconas. Escogieron la ruta por Tarapacá y el Desierto de Atacama, la misma hecha por el Adelantado Almagro en el viaje de regreso de su fracasada expedición a Chile.
Desde la la sierra cuzqueña bajaron al este hasta el valle de Arequipa, siguiendo al sur por la zona cercana a la costa. Pasando por Moquegua y luego Tacna, acamparon en la quebrada de Tarapacá. Durante este trayecto nuevos auxiliares se sumaron a la pequeña hueste, hasta sumar viente castellanos. De Pero Sánchez de la Hoz, que debía haberse unido aquí a la expedición aportando las especies comprometidas, no se tenía noticia. El otro socio de la empresa, el capitalista Francisco Martínez, tuvo un grave accidente y debió volverse al Perú.
La noticia de la marcha de Valdivia se había difundido por el altiplano, y varios soldados se le unieron en Tarapacá. Entre ellos, algunos que más tarde tendrían rol protagónico en la conquista de Chile: Rodrigo de Araya con dieciséis soldados; también Rodrigo de Quiroga, Juan de Bohón, Juan Jufré, Gerónimo de Alderete, Juan Fernández de Alderete, el capellán Rodrigo González de Marmolejo, y Francisco de Villagra. La Expedición de Pedro de Valdivia a Chile ya sumaba 110 españoles.
Partieron entonces para Atacama-la chica siguiendo el Camino del Inca donde hicieron campamentos en Pica, Guatacondo y Quillagua para llegar a Chiu-Chiu. Allí Valdivia se enteró que su camarada de Italia Francisco de Aguirre se encontraba en Atacama-la grande (San Pedro de Atacama) y salió con algunos jinetes a su encuentro. Esto le salvó la vida.
Pues entretanto, Pero Sánchez de la Hoz, que había quedado en el Perú tratando de reunir los refuerzos pactados, sólo había conseguido que le cobrasen antiguas deudas. Pero sintiéndose respaldado por la designación real de gobernador, una noche a comienzos de junio de 1540 llegó al campamento de Valdivia en Atacama-la chica (Chiu-Chiu) junto a Antonio de Ulloa, Juan de Guzmán, y otros dos cómplices. En sigilo se acercaron a la tienda donde suponían encontrar durmiendo a Valdivia, con el propósito de asesinarle y tomar el mando de la expedición.
Al entrar en la morada a oscuras, advirtieron que en el lecho no estaba Valdivia sino doña Inés Suárez, quien dio grandes gritos de alarma y reprendió con dureza a Pedro Sánchez, mientras éste se disculpaba nerviosamente. Ya despierto el campamento por el alboroto de doña Inés, acudió el alguacil de campo Luis de Toledo con algunos soldados para castigar a los intrusos, pero al ver que se trataba del encumbrado personaje optó por enviar un mensajero a alertar a Valdivia de la sospechosa conducta de su socio.
A su regreso Valdivia mal disimula su enojo y piensa en colgar a Sánchez de la Hoz, aunque finalmente le perdona la vida a cambio de la renuncia por escrito a todo derecho de expedición y conquista. De los cómplices desterró a tres, pero Antonio de Ulloa se ganó su confianza y fue incorporado a la hueste.
Según Vivar, para entonces la expedición completaba “ciento cincuenta y tres hombres y dos clérigos, los ciento y cinco de a caballo y cuarenta y ocho de a pie”, más el millar de indios de servicio, cuyo lento andar por la carga del bagaje determinaba el ritmo del avance. Al entrar al vasto y temible Despoblado de Atacama, ardiente de día y gélido en la noche, Valdivia dividió la expedición en cuatro grupos, que marcharon separados por una jornada, dando así tiempo a que las escasas fuentes de agua, agotadas por un grupo, pudiesen recuperarse mientras llegaba el siguiente. El jefe salió en la última cuadrilla, pero se adelantaba con dos de a caballo, para animar a sus hombres, “mirando como todos pasaban sus trabajos, sufriendo él con el cuerpo los propios que no eran pequeños, y con el espíritu los de todos”.[9]
Ya en lo profundo del Despoblado el aliento del líder se hizo más necesario. De tanto en tanto tropezaban con los restos muertos de hombres y animales, algunos de la expedición de Almagro. "Son tan ásperos y fríos los vientos de los más lugares de este despoblado, refiere Pedro Mariño de Lobera, que acontece arrimarse el caminante a una peña y quedarse helado y yerto en pie por muchos años, que parece estar vivo, y así se saca de aquí carne momia en abundancia".[9] Junto con señalarles la ruta, aquellos cadáveres confirmaban la fama del país donde la iniciativa de Valdivia los iba metiendo.
Tal vez afligido por el macabro paisaje, Juan Ruiz, uno que ya había estado en Chile con Almagro, se arrepintió de la aventura. Decía en secreto a sus compañeros “que aquí no había de comer ni para treinta hombres, y andaba amotinando gente para volverse al Perú”. Advertido de la sedición por su maestre de campo Pedro Gómez de Don Benito, Valdivia mostró la otra cara de su liderazgo. Ni siquiera permitió confesar al insurrecto y le hizo ahorcar por traición, continuando sin más la marcha.
El grupo de vanguardia de la expedición, que encabezaba Alonso de Monroy, llevaba herramientas para mejorar los pasos y evitar que los caballos despeñasen. También procuraba profundizar los pequeños pozos que conocían los guías indios, “porque tuviesen agua clara que no faltase para la gente que atrás venía". Sin embargo, cuando llevaban unos dos meses de camino por el desierto más seco del planeta, sólo encontraron manantiales agotados, y el ejército creyó perecer en la batalla contra la deshidratación bajo el aplastante sol atacameño. Los hombres iban perdiendo la esperanza.
Pero la mujer no. Cuenta Mariño que Inés Suárez mandó cavar a un yanacona "en el asiento donde ella estaba", y cuando había profundizado no más de un metro, el agua brotó con la abundancia de un arroyo, "y todo el ejército se satisfizo, dando gracias a Dios por tal misericordia, y testificando ser el agua la mejor que han bebido la del jahuel de doña Inés, que así le quedó por nombre". Aunque es difícil dar crédito a este prodigio, al menos en los términos descritos por el valioso cronista, lo cierto es que desde entonces ese lugar se llama Aguada de Doña Inés. Se encuentra sobre una quebrada de nombre Doña Inés Chica, a unos 20 km al noreste de El Salvador, y al pie de un monte conocido como Cerro Doña Inés, situado inmediatamente al norte del Salar de Pedernales.
Pocos días después las fatigas del Despoblado terminaban, si bien “perecieron muchas personas de servicio así indios como negros”. El jueves 26 de octubre de 1540,[9] la expedición pudo acampar en la ribera de un ameno riachuelo donde, dice el citado narrador, “no solamente los hombres manifestaban extraordinario consuelo con verse fuera de tantas calamidades, más aún también los caballos insinuaban el regocijo que sentían, con los relinchos, lozanía y bríos que mostraban, como si reconocieran el término de los trabajos". Estaban en el espléndido valle de Copiapó, o Copayapu en lengua indígena.
Como aquí comenzaba su jurisdicción, Valdivia llamó a toda la tierra que hubiese de este valle al sur la Nueva Extremadura en recuerdo de su suelo natal. Hizo colocar una cruz de madera en un sitio prominente y a continuación, relata un historiador, "formóse la tropa ostentando sus uniformes militares y sus relucientes armas y los sacerdotes entonaron el Te Deum, tras lo cual tronó la artillería, redoblaron los tambores y atabales y prorrumpieron los espedicionarios en aclamaciones de alegría. En seguida el conquistador, con la espada desnuda en una mano y el pendón de Castilla en la otra, dio con aire marcial unos cuantos paseos por el sitio y declaró posesionado el valle, en nombre del rei de España, y por ser este el primer territorio habitado de la conquista a él encomendada, ordenó se le denominase Valle de la Posesión".[11]
Aún en medio del júbilo general, un detalle de esta ceremonia no pasó inadvertido para algunos. Valdivia debía ocupar el territorio a nombre del gobernador Pizarro, del que era su teniente, mas lo hizo en nombre del Rey, provocando suspicacias en los conquistadores que le eran menos afines. Algunos declararon en el proceso que varios años más tarde se le siguió ante el virrey La Gasca, "que llegado al valle de Copiapó (Valdivia) tomó posesión de él por S.M., sin llevar provisiones sino de don Francisco Pizarro por su teniente, dándonos a entender que era ya gobernador".[10]
== Fundación de la ciudad Apóstol Santiago de la Nueva Extremadura == SUPER RICARDO Renueva la marcha al sur siguiendo el camino del Inca. Al caer al valle del río Aconcagua por Putaendo, el cacique Michimalonco lo intenta detener sin éxito. Avanza luego más al sur, trasponiendo las ciénagas de Lampa y Quilicura, hasta llegar al valle amplio y fértíl del río llamado por los picunche Mapuchoco (actual Mapocho), que nace al este en la cordillera de Los Andes y desciende bordeando la falda meridional de un cerro llamado Tupahue. Al enfrentar un peñón el cauce se dividía en dos, dejando encerrada entre sus brazos una isla de tierra llana. Cerca de ahí en la actual localización de la Estación Mapocho , había un Tambo inca, y partía hacia la Cordillera el Camino de las Minas, que terminaba en la actual Mina La Disputada de Las Condes, con al menos dos tambos intermedios. Este camino era usado para transitar hacia el Apu de Cerro El Plomo donde se celebraban ofrendas a Viracocha , siendo la más importante de ella los Capac cocha , en el Inti Raymi .
Valdivia instaló el campamento en esta isla al oeste del peñón llamado en mapudungún Huelén, o Piedra del Dolor, tal vez el 13 de diciembre, día de Santa Lucía. El lugar le pareció adecuado para fundar una ciudad y pasar en ella el invierno de 1541. Flanqueado al norte, sur y este por barreras naturales, el emplazamiento permitía a los conquistadores defender mejor el poblado de cualquier ataque indígena. Por otro lado, la población aborigen era más abundante en el valle del Mapocho que en los valles de más al norte, asegurando a los invasores mano de obra para cultivar la tierra, y sobre todo para explotar las minas que todavía tenían esperanza de descubrir, a pesar que la fama de la tierra las decía escasas.
Con todo, parece que no era su intención dar a este asentamiento carácter de capital del reino. Años más tarde Valdivia vendería sus solares y otros bienes en el valle del Mapocho, estableciendo su residencia en la ciudad de la Concepción, que estimaba ubicada en el centro de su jurisdicción, tenía en sus inmediaciones lavaderos de oro, y una enorme población aborígen.
El 12 de febrero de 1541, se fundó la ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura a los pies del Huelén, rebautizado como Santa Lucía. Trazó la ciudad el alarife Pedro de Gamboa en forma de damero, dividiendo en manzanas el terreno dentro de la isla fluvial, las que se repartieron a la vez en cuatro solares para los primeros vecinos. Al trazado y formación de la ciudad le siguió en el mes de marzo la creación del primer cabildo, importando el sistema jurídico e institucional español. La asamblea quedó integrada por Francisco de Aguirre y Juan Jufré como alcaldes, Juan Fernandez de Alderete, Francisco de Villagra, Martín de Solier y Gerónimo de Alderete como regidores, y Antonio de Pastrana como procurador.
Apenas instalados, una información de la mayor gravedad, aunque de origen desconocido, se difundió en la colonia: los almagristas habían asesinado en el Perú a Francisco Pizarro. De ser cierta la noticia, los poderes de teniente gobernador de Valdivia y los repartimientos entregados a los vecinos podían quedar extinguidos, al venir otro conquistador del Perú a regir la tierra y distribuirla entre su hueste.
Considerando la situación, el cabildo resolvió entregar a Valdivia el título de Gobernador y Capitán General Interino en nombre del Rey. Astuto, el hasta entonces Teniente de Gobernador de Pizarro rechazó el cargo inicialmente, para no quedar como traidor ante éste por si seguía vivo. Sin embargo, ante la amenaza de los vecinos de entregar a otro el gobierno, Valdivia, que en realidad deseaba ardientemente ser nombrado Gobernador, aceptó el 11 de junio de 1541. Eso sí, dejó constancia escrita que se sometía a la decisión del pueblo contra su voluntad, cediendo sólo porque la asamblea le hacía ver que así servía mejor a Dios y al Rey.
Sobre este particular, se ha especulado que el mismo Valdivia se las arregló para correr el rumor sobre la muerte de Pizarro. Sostiene la sospecha la siguiente circunstancia: no obstante ser efectivo que el Gobernador del Perú fue asesinado por los almagristas, el hecho no tuvo lugar sino hasta el 26 de junio de 1541, cuando ya Valdivia había recibido el cargo de Gobernador de Chile del cabildo de Santiago. Además, resulta un tanto extraño que el extremeño se haya negado ya no una, sino tres veces, a aceptar; pues existiendo presunciones sobre la muerte de Pizarro, la solicitud del cabildo resultaba del todo razonable.
Como haya sido, debe tenerse en cuenta que mientras a Pizarro la empresa de Chile no le había costado más que el papel en que extendió la provisión a Valdivia, éste abandonó su cómoda posición en el Perú, asumió deudas y aceptó sociedades cuyos términos rayaban en la usura, "para dejar fama y memoria de mi" conquistando lo que se creía la tierra más pobre del Nuevo Mundo, "donde no había como dar de comer a más de cincuenta vecinos".
Las casas de la aldea se edificaron con los materiales disponibles en el entorno, madera con revoque de barro y techo de paja. La plaza no era más que un pedregal eriazo con un madero vertical empotrado en el centro, símbolo de que allí regía el Rey de Castilla y su justicia. Una acequia que abastecía el agua desde una vertiente del Santa Lucía, atravesaba el poblado hacia el este. Al costado norte de la plaza estaba el rancho de Valdivia y junto a él, una ramada para las asambleas del cabildo y más allá el recinto de la cárcel. La iglesia y solares de los curas en el frente poniente.
A pesar de la reputación de pobreza de estas provincias, el principal afán del Gobernador era el hallazgo de oro, el mejor medio de atraer nuevos contingentes que le permitieran profundizar la conquista y poblamiento de un territorio tan vasto. De encontrarlo, mejoraría también el ánimo de los ciento cincuenta aventureros impacientes que le acompañaban, algunos de los cuales ya demostraban cierta inquietud. Se daba por descontado que el oro no sería tan abundante como en el Perú, pero debía haberlo, por el tributo en el metal que antaño pagaban los naturales chilenos al Inca. Intentando descubrir de dónde salía esa contribución, y además para proveerse de alimentos hurtándolo en las siembras de los indios, Valdivia y la mitad de sus hombres salían con frecuencia a reconocer los valles de las inmediaciones, dejando en la aldea como teniente de gobernador a Alonso de Monroy.
Una de esas excursiones los llevó al valle de Chile (Aconcagua) donde les esperaba Michimalonco, el poderoso cacique que allí regía y quien ya tenía la experiencia con la presencia española al haber recibido en buenos términos a Diego de Almagro en 1535, y aún antes al primer español que pisó territorio chileno, Gonzalo Calvo de Barrientos. Atrincherado en un fuerte con gran número de indios "bien pertrechados para la guerra", el sagaz caudillo indígena sin duda pretendía aprovechar la salida de los invasores para llevar la lucha a un lugar “áspero e montuoso”, tácticamente ventajoso para él, y enfrentar primero sólo a una fracción de ellos, para luego dar cuenta del resto que permanecía en la villa. Mandó Valdivia a su tropa acometer la fortaleza, pero teniendo especial cuidado de prender vivo a Michimalonco, que esperaba fuese de utilidad a sus propósitos más allá de esa batalla. Después de tres horas de combate y la muerte de muchos indios y apenas un español, los castellanos terminaron de arruinar el fuerte y, por el momento, la estrategia del cacique. Para satisfacción de Valdivia, aquel y otros jefes indios fueron aprehendidos con vida.[12]
Empeñado en conseguir la ubicación del oro y mano de obra indígena para extraerlo, trató muy bien a los capturados, quienes aparentemente cedieron a las atenciones y a cambio de su libertad, guiaron a los castellanos a sus lavaderos en las quebradas del estero Marga Marga, muy cerca del lugar de la batalla. Dice el soldado cronista Mariño de Lobera, que al ver la faena los españoles rompieron en expresiones de júbilo, “y como si ya tuvieran el oro en las bolsas, sólo pensaban si había tantos costales y alforjas en el reino donde echar tanto, y cómo en breve tiempo irían a España a hacer torres del metal, comenzando desde luego a hacerlas de viento”.[12] Los caciques deben haber contemplado con mucho interés la escena, pues inesperadamente aparecía un aliado para la defensa de su suelo: la codicia del invasor.
Pedro de Valdivia dispuso que dos soldados con experiencia en explotaciones mineras dirigieran a los más de mil indios de trabajo que los caciques habían facilitado. Cerca de ahí, donde el río Aconcagua desemboca en las playas de Concón, zona por entonces abundante en bosques, ordenó también construir un bergantín para transportar el oro al Perú, traer suministros y embarcar allá a los españoles que, imaginaba, se enrolarían en la conquista de Chile al constatar la existencia del metal. A cargo de vigilar ambas empresas quedó al capitán Gonzalo de los Ríos, al mando de unos veinticinco soldados.
A comienzos de agosto, Valdivia se encontraba supervisando personalmente los trabajos del lavadero y astillero, cuando recibió un mensaje escrito de su teniente en Santiago, Alonso de Monroy, avisando que había claros indicios de una conspiración para asesinarle. Regresó de inmediato a la aldea y se reunió con sus capitanes más leales, mas no había pruebas contundentes contra los sospechosos. La calidad de estos, dos de ellos integrantes del Cabildo, aconsejaba extrema cautela en el proceder. Pero interrumpió estas preocupaciones la noticia de un nuevo y grave acontecimiento, una catástrofe que vendría a desmoronar el ya bien encaminado proyecto de Valdivia: llegó a Santiago una noche, tras enajenado galope, el capitán Gonzalo de los Ríos junto al negro Juan Valiente. Eran los únicos sobrevivientes al desastre: Liderados por los caciques Trajalongo y Chigaimanga, los indios de los lavaderos y el astillero se habían sublevado, sin duda porque de no actuar en ese momento, la venida de más españoles en el buque haría más difícil expulsarlos de su tierra. Atrajeron a los codiciosos soldados con una olla repleta de oro, dándoles muerte en una emboscada y arrasando luego las dos faenas. Salió apurado el Gobernador con algunos jinetes a verificar el estado de las obras, y si era posible retomar los trabajos, pero “llegando al asiento de las minas donde se había hecho la matanza, no tuvo oportunidad de hacer otra cosa más que de llorar el daño que veían sus ojos”.[12] Peor, las informaciones que pudo recoger daban cuenta que los naturales estaban preparando la insurrección general y definitiva.
Cuando Valdivia entraba de vuelta en Santiago su semblante mostraba pesadumbre. Al verlo, uno de los que conspiraba en su contra, un tal Chinchilla, no pudo evitar que su regocijo desbordara y se puso a correr por la plaza dando brincos de alegría con “un pretal de cascabeles”.[12] Supo esto el Gobernador, cuyo humor no debe haber estado ya para delicadezas, y ordenó apresarle inmediatamente. El mismo Valdivia contaba a su Rey más tarde: “Hice allí mi pesquisa (probablemente torturó a Chinchilla) y hallé culpables a muchos, pero por la necesidad en que estaba (de soldados) ahorqué cinco que fueron los cabezas, y disimulé con los demás, y con esto aseguré la gente”. Agrega que los conjurados de Chile estaban de acuerdo con los almagristas del Perú, los que debían matar a Pizarro.[5] Por su parte, Mariño de Lobera confirma que “los cinco confesaron al momento de su muerte ser verdad que se amotinaban”.[12] Parece que el propósito de los golpistas era regresar al Perú, acaso en el barco y con el oro. Pertenecían al bando de los almagristas, que ahora regía allá, de modo que sus perspectivas eran mucho mejores en ese país que en esta “mala tierra”. Su camino sin embargo, pasaba irremediablemente por el asesinato del Gobernador, ya que éste no permitía a nadie abandonar la colonia. El buen cronista Alonso de Góngora Marmolejo describe en estos términos el sentir de los conspiradores: "que habían venido engañados; que mejor les sería volverse al Perú que estar esperando cosa incierta pues no veían muestra de riqueza encima de la tierra, y que no era cosa justa de hombres de bien, que por hacer Señor a Valdivia pasar ellos tantos trabajos y necesidades; que Valdivia era codicioso de mando y que por mandar había aborrecido al Perú, y que agora que los tenía dentro de Chile serían forzados a todo lo que quisiese hacer dellos".[13]
Buenas razones, mal momento. Luego de un brevísimo proceso instruido por el Alguacil Gómez de Almagro, fueron ejecutados junto a Chinchilla don Martín de Solier, noble de Córdoba y regidor del cabildo, Antonio de Pastrana, procurador y suegro de Chinchilla, y dos conspiradores más. Jabonado libró esa vez Pedro Sancho de la Hoz, buen amigo del torpe del cascabel, en cuya compañía había venido del Perú. Para escarmiento de algún otro impaciente que quisiese rebelarse, o siquiera desertar luego del desastre del oro y el bergantín, los cadáveres de los desdichados flotaron al viento en las horcas por mucho tiempo, en lo más alto del Santa Lucía, el Peñón del Dolor.-
- Era Valdivia, cuando murió, de edad de 56 años, natural de un lugar de Extremadura, llamada Castuera, hombre de buena estatura, de rostro alegre, la cabeza grande conforme al cuerpo, que se había hecho gordo, espaldudo, ancho de pecho, hombre de buen entendimiento, aunque de palabras no bien limadas; liberal y hacía mercedes graciosamente. Despúes que fue Señor recibía gran contento en dar lo que tenia: era generoso en todas sus cosas, amigo de andar bien vestido y lustroso y de los hombres que lo andaban, y de comer y beber bien; afable y humano con todos.[13]
Alonso de Góngora Marmolejo, compañero de Valdivia
- Era Valdivia, cuando murió, de edad de 56 años, natural de un lugar de Extremadura, llamada Castuera, hombre de buena estatura, de rostro alegre, la cabeza grande conforme al cuerpo, que se había hecho gordo, espaldudo, ancho de pecho, hombre de buen entendimiento, aunque de palabras no bien limadas; liberal y hacía mercedes graciosamente. Despúes que fue Señor recibía gran contento en dar lo que tenia: era generoso en todas sus cosas, amigo de andar bien vestido y lustroso y de los hombres que lo andaban, y de comer y beber bien; afable y humano con todos.[13]
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- Para gobernar los vasallos de V.M., fuí capitán para los animar en la guerra, y ser el primero a los peligros, porque así convenía. Padre para los favorecer con lo que pude y dolerme de sus trabajos, ayudándoselos a pasar como de hijos, y amigo en conversar con ellos. Geométrico en trazar y poblar; alarife en hacer acequias y repartir aguas; labrador y gañán en las sementeras; mayoral y rabadán en hacer criar ganados. Y en fin, poblador, criador, sustentador, conquistador y descubridor.[5]
- Para gobernar los vasallos de V.M., fuí capitán para los animar en la guerra, y ser el primero a los peligros, porque así convenía. Padre para los favorecer con lo que pude y dolerme de sus trabajos, ayudándoselos a pasar como de hijos, y amigo en conversar con ellos. Geométrico en trazar y poblar; alarife en hacer acequias y repartir aguas; labrador y gañán en las sementeras; mayoral y rabadán en hacer criar ganados. Y en fin, poblador, criador, sustentador, conquistador y descubridor.[5]
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