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jueves, 13 de noviembre de 2008

Historia de la ciudad de Valparaiso

Juan de Saavedra no podía creerlo. Tras frotarse los ojos la bahía seguía ahí. El mar se divisaba a lo lejos, luego de un valle verde, frondoso, con árboles y arroyos que descendían hasta las arenas. Mientras más se acercaba al lugar más evidente era la semejanza. Aquella pequeña caleta de pescadores lo remontaba a su pueblo natal en las lejanías de España. La bautizó Valparaíso, en honor a aquel recuerdo. Era la primavera de 1536.
Diego de Almagro ya se encontraba en viaje de regreso al Perú, tras su accidentada expedición desde el Cuzco al fin del mundo, cuando llegó un tripulante del barco Santiaguillo, uno de los tres de su hueste, con alimentación y vestimenta para todos. Es entonces que Almagro recobra fuerzas y le ordena a su capitán alguacil, Juan de Saavedra, reconocer terreno. Podía ser la salvación: fue Valparaíso. Armaron cuartel general allí y se enviaron expediciones por tierra y mar en dirección sur.

sanPEDROsantiaguillo

En aquellas quebradas de canelos, maitenes, bellotos, peumos y palmeras vivían los changos. Eran indios pescadores que migraban de un lugar a otro según sus necesidades, gitanos de mar, para el historiador Vicuña Mackenna. Usaban balsas de cuero de lobo en la pesca y se alimentaban de frutos silvestres. A diferencia de muchos pueblos indígenas de la zona, no conocían la guerra, eran apacibles y sumisos. Les gustaba disfrutar de la naturaleza y cuando el viento traía bajas temperaturas, reanudaban su marcha hacia lugares más cálidos. La llegada de los extraños hombres de tez blanca tampoco gatilla en ellos una actitud bélica. Convivieron españoles y changos. Ni siquiera se los convirtió al catolicismo. Quizás los españoles no alcanzaron, porque pronto Almagro y los suyos se devolverían al Perú, luego de que las expediciones al sur volvieran derrotadas, unas por el mal tiempo y otras por los indios. Y peor, Almagro, tras grandes esfuerzos de sus hombres y de los indígenas, logró extraer apenas una mísera cantidad de oro del estero Marga Marga. No valía la pena tanto sudor.
Fue así como Valparaíso fue descubierto y no fundado. No hubo acta, como las leyes de la Corona Española exigían. El Valle de Quintil, llamado así por los changos, volvía a ser suyo; el valle y toda la tierra que se extendía desde la Punta Du Prat hasta Con- Con: Alimapu, país quemado.
Tuvieron que pasar ocho años para que Valparaíso existiera legalmente, gracias a una carta - poder escrita el 3 de septiembre de 1544 por el gobernador de Chile, Pedro de Valdivia. En ella ordenaba a Juan Bautista Pastene navegar por la costa desde Valparaíso hasta los confines de la Gobernación. - De nuevo nombro y señalo - decía la carta - este puerto de Valparaíso para el trato de esta tierra y ciudad de Santiago.
A pesar de su nuevo status de puerto de Santiago, Valparaíso seguía siendo esencialmente Alimapu, un lugar salvaje, olvidado por sus conquistadores, con gobernadores que poco o nada tenían que hacer. Pero la suerte de sus nativos se vería interrumpida en 1550, cuando el capitán Juan Gómez, gobernador en ese entonces, decide matar a todos los changos de la zona con la excusa de una posible sublevación. El degüello y la hoguera arrasaron con la especie, escribiría Víctor Domingo Silva en 1910. El escenario fue tan cruento que los pocos españoles que vivían allí, en chozas y ramadas, se fueron retirando paulatinamente hasta que Valparaíso quedó abandonado.
Sin embargo, aquel puerto seguía siendo el nexo entre Perú y Chile, los españoles se vieron obligados a repoblarlo. Y a medida que Valparaíso tomaba su perfil de ciudad se fue haciendo más atractivo para el saqueo de los piratas del noreste. Hay que recordar que las relaciones entre España e Inglaterra distaban de ser amigables, de ahí que las costas pacíficas estuvieran muy expuestas a estas visitas non gratas.
El primer aparecido fue Francis Drake o el “Draque”, como comúnmente se le conoció. Llegó a bordo del Pelican, el 4 de diciembre de 1578, acompañado de cuatro barcos pequeños. De entrada, él y sus hombres tomaron un buque español y asesinaron a sus tripulantes. Atracó en el puerto y en tres días saqueó todo lo que encontró en el pequeño caserío de la playa, desde harina hasta oro. Tal fue su audacia que incluso robó dos botijas de vino y los vasos y ornamentos sagrados de la modesta capilla que el Obispo Rodríguez de Marmolejo había fundado en 1559, en el mismo sitio donde hoy está la Iglesia de La Matriz. - Después del desembarco de Drake, a la verdad, Valparaíso no volvió a existir como pueblo - reflexiona el historiador Vicuña Mackenna.
Con aquella visita ilustre quedó claro que el puerto necesitaba protección, por lo que se formó una guarnición en la plaza. Así, cuando Richard Hawkins - Richarte - también inglés, decidió atracar en Valparaíso en abril de 1594, se encontró con resistencia. Esta llegó desde Santiago, a cargo del mismísimo gobernador Alonso de Sotomayor. Hawkins se vio en un callejón sin salida y tuvo que negociar su libertad, pero su temple de corsario pudo más y optó por quemar las naves apresadas y huir rumbo al Callao.
Oliver Van Noort, holandés, se presentó el año 1600: venía a hacer justicia en nombre de su compatriota Dirich Gerritz. Éste había llegado con anterioridad a Valparaíso, con banderas blancas por encontrarse mal herido. Pero las autoridades del puerto lo habían tomado prisionero y enviado a las fortalezas del Callao. Noort en respuesta, atacó tres naves, asesinó a sus tripulantes a cuchillazos e incendió los barcos. Para entonces se había construido el Castillo de San Antonio e instalado una batería; sin embargo, a la hora de disparar, ésta no funcionó y Noort se fue sin siquiera pisar tierra, tan miserable le pareció.
Quince años después, un 12 de junio, Valparaíso sufriría su primer bombardeo. El holandés Joris Spielbergen hizo cenizas las pocas casas que había en la playa, desembarcó con sus hombres, peleó contra la guarnición y se retiró hacia Quintero. Una vez más el puerto quedaba desolado y haciendo honor a su antiguo nombre: Alimapu, país quemado.

A mediados del siglo XVII, comienza a repuntar el Valparaíso colonial, gracias a las gestiones del gobernador Juan Jaraquemada. Éste viene al puerto desde Perú en 1611, encontrándose con una tierra baldía, pero encantadora a sus ojos - Con sólo una iglesia pajiza, sin persona que la mirase, que me causó admiración -. Jaraquemada decide hacer algo por aquel lugar: nombra al capitán Pedro de Recalde “Alcalde de Mar” y le encarga poblar Valparaíso, repartiendo chacras y solares. Jaraquemada tenía además la intención de independizar al puerto de la ciudad de Santiago, Capital del Reino, pero los concejales capitalinos se opusieron rotundamente, alegando un posible despueble y desabastecimiento. Valparaíso pierde la oportunidad de ser una ciudad con todas las de la ley.




No hay que olvidar el aporte que significó al desarrollo de la ciudad la llegada de las órdenes religiosas, las que al asentarse hicieron de esta tierra un lugar más habitable. Pioneros fueron los agustinos, quienes en 1627 reciben un terreno en la quebrada que se nombró de San Agustín – hoy Plaza de Justicia - para la edificación de su claustro y templo. Esta sería la segunda iglesia en Valparaíso, después de aquella pajiza que conmovió a Jaraquemada y que desde 1658 pasa a ser la parroquia oficial de la ciudad.

La parroquia - Era entonces la casa del cura, el palacio y hotel de Valparaíso, único albergue de caminantes de cuenta y especialmente de eclesiásticos de toda jerarquía - cuenta el historiador Vicuña Mackenna.




Habiendo tantas personas en tránsito, que necesitaban pasar la noche en el puerto y volver a embarcar al día siguiente hacia Perú o España, la pequeña iglesia no daba abasto y se improvisaban chozas al aire libre. Como era frecuente encontrarse con monjes franciscanos durmiendo en la iglesia y sus alrededores, el obispo Humanzoro les cede un terreno en 1663, en la quebrada de San Antonio de Puerto Claro. Ellos ponen un hospedaje y un año después alzan su templo y convento. Pasa un siglo completo hasta que, en 1765, se instalan los hermanos de la orden de San Juan de Dios, destacando por la creación del primer hospital de la ciudad.
Durante el siglo XVII el comercio a través del puerto creció de manera lenta pero sostenida. Los productos más transados eran las telas y víveres traídos desde el Virreinato del Perú; del mismo Valparaíso se exportaba sebo, cáñamo, mulas y coquitos de palma.

Una de las razones del crecimiento del comercio en Valparaíso fue que sus colonos ya no tendrían que ir a la guerra. La permanente amenaza indígena en el Reino de Chile había llevado al Rey Felipe II en 1600 a destinar para él un ejército profesional. Otra razón fue la flexibilización de las medidas que impedían el ingreso al puerto de naves que no fueran españolas. Ante el riesgo de que el contrabando acaparara todo el negocio, la Corona permitió a algunas naves francesas hacer tratos con los colonos, a cambio de un pago de derechos. Esto llevó a Valparaíso a constituirse en plaza mercantil, tras ser durante siglo y medio una paupérrima plaza de guerra.
Se comenzaron a construir bodegas para almacenar los productos: galpones de adobe y teja repartidos a lo largo de la playa, en lo que después se llamaría calle del Comercio y luego de la Aduana. Los dueños de estas bodegas eran los grandes hacendados del interior, quienes se reunirían en el gremio de los bodegueros. Destacan Gaspar de los Reyes y Pedro Cassas, que inauguran la marina mercante en 1664, comprando un barco peruano para fines comerciales.

Se acercaba el siglo XVIII y el 19 de septiembre de 1682 Valparaíso, que había estado bajo la jurisdicción de Quillota y con el título de “Puerto de Santiago”, pasa a ser un corregimiento independiente. Sin embargo, a pesar del incremento en las exportaciones y los avances en infraestructura, el historiador Víctor Domingo Silva es tajante al decir que a fines del siglo XVII y principios del XVIII - El contrabando fue nuestra salvación.
Para 1713, según las crónicas del ingeniero militar Amadeo Frézier, eran 150 familias las que habitaban Valparaíso. No más de 30 hispano - criollos y el resto negros, indios y mestizos.
El panorama de Valparaíso en 1760, para la historiadora María Teresa Cobos, era como sigue. El vecindario y la guarnición que cuidaba la plaza pasaban por períodos de hambre. Había desabastecimiento de víveres, ya que los terrenos no eran aptos para el cultivo y lo que llegaba desde el interior tenía precios muy elevados. Las fortificaciones de Valparaíso – San José, San Antonio y Concepción - se caían a pedazos.
Hay que tener en cuenta que la ciudad había vivido temporales y dos grandes terremotos, en 1730 y 1751, que destruyeron casas y edificios macizos, como la iglesia de la Merced y la nueva Catedral. Pero la gente del puerto encontraba razones para la diversión, prueba de ello era la jarana que se formaba en La Recova, el mercado municipal construido en 1786 en calle La Planchada. Los guardias se paseaban obligando a la gente a retirarse a sus casas y a los marinos a guardarse en sus barcos, hasta se llegó a prohibir a los pulperos la venta de alcohol. Luego cambió el lugar de encuentro al largo corredor externo del edificio de la Aduana - que data de 1795 - y nuevamente se necesitó de vigilancia para impedir las “ofensas a Dios” que tanto entretenían a los lugareños.
Comercio Colonial Lukas


Ambrosio O’Higgins, irlandés al servicio de la corona española en Chile, que luego sería Virrey del Perú - además de padre del prócer chileno de la Independencia Bernardo O’Higgins - fue clave en el desarrollo institucional de Valparaíso. Gracias a su gestión, desde el 19 de abril de 1789 Valparaíso tuvo su propio Municipio, lo que le permitió progresar en urbanización. Se repararon zanjones de la ciudad y plazoletas de los conventos. Para 1793, Valparaíso tuvo su propia escuela primaria pública, aunque funcionaba malamente por la falta de fondos.
También gracias a la voluntad de O’Higgins, en 1802 se presentó a España la solicitud para que los porteños vivieran en la muy leal e ilustre ciudad de Valparaíso de Puerto Claro. Sólo que el dictamen de la Corona Española se concretó nueve años más tarde, cuando la Independencia cambiaría el destino de Chile y muy particularmente de Valparaíso.

a se avistaba tierra. Atrás, el mar abierto y el recuerdo del Cabo de Hornos; por fin, civilización. Al frente una montaña y a sus pies, cabañas trepando por las laderas, algunas casi colgando. Abajo, en una estrecha planicie, un grupo de casas altas, codo a codo con la zona portuaria. El viajero duda ¿Será éste el gran Valparaíso? Una vez en suelo firme siente el encanto de su caos, transita sus recovecos y comprende que su fisonomía responde a la libertad de sus habitantes. Valparaíso ha dejado de ser la aldea olvidada por los conquistadores
El movimiento urbano y la actividad portuaria son imparables. Luego del terremoto de 1822 la ciudad había sido reconstruida con materiales más sólidos: ya no ranchos sino casas. Para 1827 la población rodeaba la Iglesia de La Matriz, en una versión anterior a la que existe hoy, que data de 1842. Allí se habían ido asentando las familias acomodadas, mientras que aquellos más humildes, que venían del campo a probar suerte, se encaramaron a los cerros Santo Domingo y Cordillera. Ellos fueron los responsables de la postal que es hoy Valparaíso, construyendo sus chozas -como pudieron- en las pendientes de las quebradas
La ciudad tenía su epicentro en la Plaza Echaurren. La actividad comercial se extendía por calle La Planchada - hoy Serrano - y la actividad financiera se concentraba en la calle Prat. La ciudad llegaba por el norte hasta el Peñón del Cabo, conformación rocosa que iba de los cerros al mar haciendo de contención de la ciudad en el lugar donde hoy se ubica la subida al Cerro Concepción. Para pasar al otro lado había que subir por la Quebrada del Almendro (actual calle Urreola) y bajar por la Quebrada de Elías, llegando a donde está ahora la Plaza Aníbal Pinto. A partir de allí se extendía El Almendral, predio agrícola trabajado por la orden de los mercedarios, que con el tiempo se fue transformando en el lugar de recreación estival de la alta sociedad de Valparaíso.

PLAZAechaurren


Bajo la presión del comercio y dada la creciente necesidad de espacio, en 1832 se dinamita el Peñón del Cabo y se conecta El Almendral a la ciudad. Valparaíso se expande y en la Calle del Cabo, hoy Esmeralda, se instalan tiendas comerciales y empresas marítimas. Pero a su vez, en el reverso de la modernidad, nace la leyenda de la Cueva del Chivato: la explosión había formado una caverna oscura que intimidaba a los transeúntes, convencidos de que allí habitaba el diablo en forma de chivo.
Atraídas por las posibilidades de trabajo y las oportunidades de negocios, cada vez más personas llegaban a vivir a la ciudad. De 5 mil habitantes en 1810, pasa a 40 mil en 1842; para 1871 serán 70 mil los residentes, más una gran cantidad de población flotante. Si bien es cierto que entre la población de Valparaíso se contaban muchos extranjeros, la mayor inmigración provenía de los propios chilenos: más de 5.500 personas.
La colonia más numerosa fue la inglesa. Los británicos, en busca de aire puro y vista al mar, se instalaron en el Cerro Alegre y Concepción, por sobre el bullicio y el ajetreo del plan. Serían responsables de la otra forma de habitar los cerros de Valparaíso: un variado trazado urbano, pasajes y miradores, elegantes mansiones y floridos antejardines. Para 1840 el que visitaba aquellos barrios vería y escucharía lo mismo que el que cruzaba todo el Atlántico hasta Inglaterra.
Los inmigrantes europeos eran recibidos con la mayor hospitalidad, tanta que las familias tradicionales ofrecían a sus hijas para formar matrimonio. La mayoría de los extranjeros eran burgueses acostumbrados a los negocios; en ese sentido le marcaron la pauta a la aristocracia de Valparaíso. Pronto los santiaguinos empezarían a hablar despectivamente de “los porteños”, como personas preocupadas sólo de su quehacer comercial. En Valparaíso el lema era “el tiempo es oro”, es decir dinero, y cuando no se estaba lucrando se estaba gastando en diversión.

calleESMERALDA


El antes “puerto de Santiago” ya era una ciudad de creciente fama internacional, efervescente de vida. En 1842 la ciudad es nombrada capital de provincia. Había seguido su proceso de urbanización incansable, creciendo hacia El Almendral y hacia los cerros, ya sea ocupándolos o excavándolos para ampliar su estrecho plan. Con el material extraído se fue rellenando la bahía y Valparaíso creció hacia el mar. La ensenada desde donde antaño atacaban los piratas, dejó de existir.
Los primeros rellenos en la ciudad habían dado forma a la Plaza Echaurren y calle La Planchada - hoy Serrano. En 1848 se construyó el primer malecón a la orilla del mar y sobre ese terreno artificial se levantaron los Almacenes Fiscales, algunos aún en pie. Tres cuartas partes de los terrenos de la Aduana antigua se edificaron entre 1854 y 1855, ganando espacio al mar en lo que hoy día es la Plaza Sotomayor. Las actuales calles Errázuriz y Blanco también fueron alguna vez arena y mar.
Para 1834 La Planchada era la única calle empedrada. En verano se levantaba una polvoreada sofocante y en invierno el barro quitaba toda elegancia a los trajes de última moda. En vista de este panorama, en 1850 se llevó a cabo un empedramiento general de calles y aceras. En los cerros habría que esperar veinte años más para la construcción de la avenida que los uniría, a 100 metros sobre el nivel del mar: la Avenida Alemania o Camino de Cintura.
El ferrocarril, terminado en 1863, marcó un hito en la configuración de Valparaíso, al hacer de barrera entre la ciudad y el mar y estimular el crecimiento urbano hacia El Almendral y el Cerro Barón. El área portuaria, que antes se mezclaba con el bullicio del comercio y el paseo de los ciudadanos, poco a poco se fue aislando
En 1883 se inaugura el primer ascensor en el Cerro Concepción. Durante su primer mes de vida, nada menos que 23 mil personas descansaron las piernas. Con el tiempo se construirían 22 elevadores más y gracias a ellos la ciudad termina de interconectarse.valpoDESDEELBORDE
La arquitectura de Valparaíso en este periodo tomó rasgos ingleses y franceses. Las edificaciones españolas fueron desapareciendo, por los sismos e incendios y por el rechazo que generaba en los porteños el recuerdo de la colonia. Este se había exacerbado con el bombardeo español a Valparaíso en 1866. Pero mientras en el plan se levantaban sólidos e imponentes edificios públicos, en los cerros, con excepción del Alegre y Concepción, se vivía una realidad mucho más humilde. Federico Walpone, de la Armada Real Inglesa, diría: - Si se sube por estas quebradas y se ven las multitudes que viven en ellas, uno no se asombra de oír que Valparaíso contiene 40 mil habitantes. Las casas de este barrio son muy curiosas. Parecen demasiado pequeñas para los mortales de mediana estatura. Divididas exteriormente en dos pisos, uno espera ver asomarse la cabeza de las personas que entran encorvadas por las puertas, en las ventanas del piso superior, mientras sus pies tocan el suelo del piso bajo.
Esta realidad de contrastes, junto a una urbanización desordenada y heterogénea, ha sido constante en la historia de Valparaíso. El desarrollo comercial de la ciudad empujó al desarrollo urbano. La gente se instaló y fue haciendo el mapa de la ciudad antes de que hubiera tiempo para pensarla. Porque Valparaíso era el lugar donde había que estar para saborear la modernidad. Ni ricos ni pobres querían perderse esa oportunidad. Aquí se vivía una atmósfera de tolerancia porque todos, de alguna manera, no eran dueños de casa sino invitados, en la otrora Quintil de los changos.


Un aguador haciendo su camino entre mulas y carretas; comerciantes discutiendo el precio de sus mercancías; dependientes corriendo de la tienda a la aduana y viceversa; huasos de sombrero, poncho, botas y espuelas; damas paseando por la calle con sus quitasoles y acompañadas de sus chinitas araucanas; el dulcero y el mercachifle; marineros a caballo lanzándose al galope a pesar de los obstáculos. Así describe el norteamericano William Ruschenberger a los personajes del puerto en 1831. Un lugar dinámico y poblado.
A Valparaíso la república le vino bien. El 25 de septiembre de 1810 sus habitantes celebraban la proclamación y jura de la Independencia Nacional. Cinco meses más tarde, el 21 de febrero de 1811, el puerto gozaba de libertad de comercio. La ley era clara: los extranjeros debían ser tratados con la mayor consideración, ya fueran comerciantes, oficiales o marineros rasos, pues ellos impulsarían el comercio nacional. Y así fue. Valparaíso se convirtió en el puerto de atraco favorito de los navíos extranjeros. Tenía a su favor que Chile fue la primera república independiente de la cuenca del Pacífico, además de las ansias de los europeos por venir a comerciar donde antes tenían vetado el paso. Entonces, comenzaron a llegar a Valparaíso y a quedarse. Los ingleses serían la colonia más numerosa, impulsando el área comercial. También formaron comunidades importantes los alemanes e italianos.
En 1820 el Director Supremo de Chile, Bernardo O’ Higgins, designó a Valparaíso “Puerto General del Pacífico”, queriendo posicionarlo por sobre el Callao en Perú. Se construyeron almacenes francos, donde los comerciantes podían guardar su mercadería sin límite de tiempo y a precio de huevo; hacia 1830 bajaron las tasas aduaneras y en 1822 se traslada la Aduana de Santiago a Valparaíso, estableciéndose frente a la Quebrada de San Agustín, en la actual Plaza Sotomayor.

ALMACENESpuerto


En general, la legislación mercantil fue pensada para hacer de Valparaíso un puerto de primer orden. Estaba todo dispuesto para su consecución: su posición geográfica - cercanía al Cabo de Hornos - y el gran empuje económico dado por la exportación de trigo chileno a California y Australia, a raíz de la “fiebre del oro”. Más tarde el gran dinamizador sería la minería del norte de Chile, especialmente el salitre.
La influencia extranjera fue crucial para el desarrollo de Valparaíso, puesto que contagió su espíritu pionero a los porteños en todo orden de cosas: Valparaíso tuvo las primeras vacunas del país contra la viruela, el primer buque a vapor del Pacífico -el Estrella Naciente (1822)-, el primer observatorio astronómico (1843), incluso la primera librería de Sudamérica, según el ilustrador Lukas. Los habitantes del Puerto fueron testigos de eventos que los santiaguinos sólo podían soñar. Como la ocasión en que el profesor alemán Karl Flach le presentaba al Presidente de Chile, José Joaquín Pérez, su orgullo: el submarino Flach (1866). La idea era utilizarlo contra los españoles, en guerra con el país. Pero el Presidente, dudoso y asertivo le dijo:- ¿Y si se chinga?
Efectivamente, el Flach se hundió en la bahía para nunca más ser visto. Pero otros extranjeros tuvieron más suerte en sus iniciativas, como el norteamericano William Wheelwrigh quien instaló en Valparaíso la Pacific Steam Navigation Company en 1840, que llegó a ser la compañía de navegación más grande del mundo.
La población de Valparaíso crecía de manera extraordinaria: en 1810 había 5 mil habitantes y en 1828, 25 mil. La ciudad expandía sus límites y eso ameritaba un mejor sistema de transportes. En 1840 aparecen los coches con auriga para el servicio público y luego los de uso particular. Pero a partir de 1855 el ferrocarril, que sólo llegaba hasta el Salto, se convierte en el transporte preferido. El día de inauguración de las obras, el 1° de octubre de 1852, la gente festejó por las calles. Y tenían razón de hacerlo, puesto que desde 1863 el ferrocarril los lleva hasta Santiago.
Los capitalinos también celebrarían este avance; tomaron la costumbre de viajar a Valparaíso para salir de compras y volver a Santiago con la última moda europea. En La Planchada - actual calle Serrano - y La Aduana - calle Prat – comerciantes ingleses, franceses, alemanes, italianos, españoles, norteamericanos, argentinos, bolivianos y por supuesto, porteños, exhibían en sus tiendas los productos que tanto entusiasmaban a los capitalinos. Éstos probablemente se sentían como en Europa, al escuchar tanto idioma extranjero a su alrededor. La inglesa Mary Graham escribió en su bitácora de viaje: - Las tiendas nacionales, aunque pequeñas, son por lo general más aseadas que las de la América portuguesa. En ellas se encuentran comúnmente sedas de China, Francia e Italia, telas de algodón de Gran Bretaña; rosarios, amuletos y cristales de Alemania.

EL PUERTO


Lo cierto es que Valparaíso se perfilaba como una gran plaza comercial, de ahí que se creara en 1850 la Bolsa de Comercio del país, en la Plaza Sotomayor, antigua Plaza de la Intendencia. De la mano de los negocios iban las finanzas, por lo que el Banco Nacional de Chile también nacería en el Puerto, en 1857.
Uno de los mayores logros de Valparaíso es que a partir de 1852 fue la primera ciudad del país en tener servicio de agua potable. Era crucial para terminar con enfermedades endémicas, como la fiebre tifoidea y la disentería, provocadas por la ingesta de agua de pozo y de quebradas. Ésta se compraba en las calles a los aguateros o aguadores, que montados en mulas cargadas de pequeñas barricas, iban ofreciéndola por la ciudad.
Ese mismo año, el 21 de junio de 1852, se realizó la primera transmisión telegráfica de Valparaíso a Santiago. Fue sólo el comienzo, puesto que en 1880, cuatro años después de su invención en Estados Unidos, el Puerto tendría servicio telefónico, algo inédito en el país.
En 1856, Valparaíso se convirtió en una de las primeras ciudades de Sudamérica en tener alumbrado a gas: 700 faroles instalados en la ciudad lo demostraban. Fue otra innovación tecnológica que llenó de orgullo a las autoridades porteñas.
Aquel espíritu innovador no sólo se desplegaría en obras materiales, la idiosincrasia también se vio favorecida por las culturas foráneas, que influyeron en la tolerancia y el pluralismo que se respiraban en la ciudad. Prueba de ello son la creación del Cementerio Protestante en 1819; la Iglesia Protestante en 1825 y la Anglicana en 1858, algo sin precedentes en el Chile católico y conservador de entonces.
Todos estos avances fueron registrados en las páginas de El Mercurio, el periódico de habla hispana más antiguo del mundo, fundado el 12 de septiembre de 1827 y vigente hasta nuestros días. Su primera edición también inauguraría la crónica roja en español, con el relato de un asesinato ocurrido en el único teatro de Valparaíso, suceso que conmocionó a los ciudadanos.
Valparaíso estaba a la vanguardia, era el lugar donde todo pasaba; Santiago podía ser la capital, pero Valparaíso era la puerta hacia el mundo. En 1825 ya tenía la primera cervecería del país, del irlandés Andrés Blest; y en la década del 40, los hermanos Helsby se instalarían en la calle Aduana con una tienda de fotografía, cuando recién en 1839 el daguerrotipo había sido presentado en Europa. Y una de las entidades más necesarias en las ciudades fue inaugurada en Valparaíso antes que en todo el país, el Cuerpo de Bomberos, en 1851.
A partir de 1870, la ciudad de Valparaíso es también conocida como “la joya del Pacífico” y con justa razón. Todo este progreso se vería consolidado y sus habitantes gozarían de la innovación.

El viento juega con la cortina blanca de una ventana. El reflejo del sol hace brillar la fachada del chalet. Es un día primaveral. En el antejardín el pasto seduce a los transeúntes con la idea de recostarse entre las flores. Desde dentro se escucha tocar un piano. Una joven se asoma a la ventana sosteniendo una taza de té. Es rubia y habla con un marcado inglés británico; pero no está en Inglaterra: esto es Pleseant Hill - como llamaba Joaquín Edwards Bello al Cerro Alegre - la pequeña Liverpool de Valparaíso.

Apenas el Puerto abrió sus costas al libre comercio en 1811, recién alcanzada la Independencia chilena, los ingleses –que antes ofrecían sus contrabandos- comenzaron a atracar en Valparaíso. Los primeros en llegar fueron los hermanos John y Joseph Crosbies en el bergantín Fly. Traían consigo herramientas, artículos de loza, lana y algodón, con instrucción de devolverse con cáñamo y cobre. Fue el primer intercambio de lo que sería una arraigada relación comercial entre Gran Bretaña y Chile.
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Cerro Alegre o Merry Hills como lo llamaban los ingleses

Hasta 1814 de los ocho buques extranjeros que fondearon en el Puerto, cinco eran británicos. La reconquista española frenó este movimiento, pero en 1819 ya se veían algunos carteles en inglés coronando las tiendas de las calles comerciales.
Son numerosos los testimonios de visitantes asombrados por el predominio de la cultura anglosajona en el Puerto. Para Gilbert Farquhar Mathison, quien estuvo aquí en 1822, si no fuera por el diminuto y mísero aspecto del lugar, un extranjero hubiera quizás imaginado que acababa de llegar a una posesión inglesa. En efecto el Cerro Alegre –más bien Merry Hill- era una especie de ghetto británico. Sus casas de madera, la mayoría de dos pisos, de impecables colores sobrios y sus jardines ornamentales, se diferenciaban de las quintas del barrio El Almendral, donde se acostumbraba tener chacras en vez de flores. En 1832, diez años después de haberse poblado el Cerro Alegre, uno de los ingleses más poderosos de Valparaíso, Joshua Waddington, lotea y pone a la venta una de sus propiedades, el Cerro Concepción, que sería habitado por ingleses y alemanes. En 1854 los británicos construirían allí la Iglesia Anglicana de Saint Paul, que hasta hoy atesora el órgano policromado donado en honor a la reina Victoria en 1901.
Desde las alturas de los cerros la burguesía británica podía mirar las calles del plan donde tenía sus negocios. Una de las tiendas más antiguas y exitosas fue la Casa de Londres fundada por Antonio Gibbs en 1826. Lo cierto es que los ingleses controlaron el comercio, las industrias y la actividad financiera de Valparaíso durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX. En 1917 formaron su propia Cámara de Comercio, agrupando a las compañías y bancos de origen anglosajón. Prueba de este esplendor fue el edificio el Banco de Londres en calle Prat, que estaba decorado con bronces y mármoles importados desde Inglaterra. El Banco A. Edwards, que existe hasta hoy, partió como una agencia financiera en 1845, gracias a Agustín Edwards Ossandón, chileno de ascendencia británica. Y el Banco Anglo - Sudamericano, creado en 1889, manejaba las cuantiosas cuentas que daba el salitre. En la calle Prat se respiraba el rigor de las casas financieras. Algunas de sus fachadas siguen siendo testimonio de la opulencia de aquellos tiempos.
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Las calles Blanco y Esmeralda eran el paseo comercial. - Aquí Leo Burnet and Co, más allá J. and A. Grogan, por allí Good Halan Cigars, acullá Crecey and Ogg Slip, Chadleers Oil and Colour Stores, Best beer and cigars of all kinds - escribiría Domingo Faustino Sarmiento en 1841, quien consideró estas calles una escuela pública de idiomas: - Pues sé más inglés ahora con todos los rótulos que he leído, que el que se necesita para usar con propiedad y pronombre, god demn.
En las calles se escuchaba el inglés; las rubias señoras iban a la Casa Riddell a comprar sus trajes de seda traídos de Inglaterra, luego pasaban a la Botica Londres por sus cremas y antes de guardarse en el hogar, pasaban a la Casa Loutit en calle Condell donde adquirían sus revistas inglesas preferidas.
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Una vez en casa se procedía a tomar el té. Los ingleses de paso por el Puerto sufrían cuando eran invitados por los criollos, quienes les ofrecían yerba mate. La idea de compartir la bombilla del único recipiente de la infusión con los demás asistentes les estremecía. La sociedad porteña captó aquel desaire y decidió adoptar la tradición británica. Tomar mate pasó a ser signo de mala educación y de falta de higiene. Incluso el diario El Mercurio publicó un artículo en 1846 a favor del té, donde recalcaba que cuando se toma mate, la primera en probarlo debía ser la más anciana de la reunión, que no siempre es poseedora de la boca más pura.
Los ingleses, añorando su tierra natal, en 1842 fundaron el Union Club. Allí se distraían en la biblioteca leyendo el South Pacific Mail, periódico que circulaba todos los jueves desde 1909 o fumando cigarros Capstan y West Minster Turkish en la cantina; disfrutando de una reunión social en las salas de sesiones o jugando billar.
Los niños de las familias inglesas iban a colegios fundados por sus compatriotas, siendo el más antiguo el Mackay School 1857 - con profesores británicos de la talla de Thomas Sommerscales, el gran pintor que se radicó en Valparaíso. El internado estaba en el Cerro Alegre y las salas de clases en la calle Santa Isabel. Además de la excelencia académica, se les inculcaba a los jóvenes el culto por el deporte: tenis, cricket, golf, rugby, hockey y por supuesto football, que se hizo muy popular entre los porteños. En 1892 se forma el Club de Deportes Santiago Wanderers, el más antiguo de Chile aún en actividad, fundado por chilenos bajo la influencia británica; en 1895 nace el Valparaíso Wanderers, formado sólo por ingleses.
Otra de las costumbres heredadas de los ingleses fueron las carreras de caballo a la inglesa que se hacían en Placilla, formándose en 1865 la asociación Valparaíso Spring Meeting. La forma de jugar podía ser europea, pero luego se celebraba a la chilena con fiestas campestres, comida típica local y mucho alcohol. En una oportunidad el caballo chileno Huemul le ganó al británico Kentucky y el periódico El Progreso publicó burlesco: Muchos de los más respetables ingleses de este puerto están fuertemente atacados de spleen, tremenda enfermedad de que adolecen sólo los hijos de la nebulosa Inglaterra.
Pero no sólo nuevos juegos enseñaron los ingleses. Conocidos como los amos del mar, fueron los maestros de las Fuerzas Navales de Chile. En 1818, cuando Manuel Blanco Encalada era Comandante General de la Armada, la mayoría de sus principales oficiales fueron ingleses. Ese mismo año llega a Valparaíso Lord Cochrane, descendiente de una estirpe de ilustres marinos ingleses. En 1819 ya estaba al mando de la Escuadra Chilena, imponiendo el implacable deber por el deber de los británicos. Bajo su mandato los comandantes de buques fueron todos ingleses, menos un norteamericano. Estos formarían familia con chilenas, dando inicio a un linaje de hombres de mar. Es el caso de Robert Simpson, quien llegó al Puerto en 1821 como teniente y que alcanzó el grado máximo de Vice - almirante; sus hijos también fueron oficiales en la Marina.
El gobierno chileno mandaba a hacer sus grandes navíos, instrumentos de guerra y demases a Inglaterra. La empresa Morrison and Co., asentada en Valparaíso, tenía la representación del astillero británico Armstrong, conocido por su calidad. En 1910 el gobierno de Ramón Barros Luco encargó la construcción de los acorazados Latorre y Cochrane. Incluso el uniforme de los oficiales hasta el siglo XIX era igual al de los británicos, excepto que en vez de un ojo de gallo tenía la estrella nacional.
Era tanto el marino inglés que frecuentaba el Puerto, ya fuera de la Armada chilena o británica, que los lancheros rápidamente aprendieron el idioma y, cuando no estaban embromando al pasante extranjero en spanglish, ofrecían sus servicios diciendo: You want boty? Me boty very fine!

La señorita Matilde González Carson estaba en su habitación. Faltaban cinco minutos para las ocho de la noche. Afuera una llovizna persistente invitaba a guardarse después de un día de colegio. Aun no se cambiaba a sus pijamas cuando la tierra comenzó a sacudirse. Matilde sintió el movimiento bajo sus pies. Oyó el rechinar de las paredes y el ruido de los objetos temblando hasta caer. Se asustó. Quiso salir pero la puerta estaba trabada. Se asustó más. Tomó su crucifijo con ambas manos y lo apretó contra su pecho. La convulsión se hizo más fuerte arrojándola contra el piso. Matilde rezaba entre sollozos. La única pared de la casa que se derrumbó cayó sobre su cabeza. Murió en el momento. La encontraron arrodillada a los pies de su cama con el crucifijo entre las manos.
El día 16 de agosto de 1906 esta historia se repitió en cada esquina de Valparaíso, con distintos protagonistas y circunstancias, pero el mismo resultado: la muerte. Una familia sentada a la mesa disfrutando su cena, un profesor de piano tomando la que sería su última lección, una madre haciendo dormir a su bebé; ninguno podía presagiar la desgracia que estaba a punto de sucederles. Fueron cuatro minutos de sacudida con dos momentos de gran intensidad. La tierra parecía querer expulsarlos a todos. Los que lograron salir de sus casas corrían despavoridos por las calles y los más controlados se resguardaban bajo los dinteles de las puertas. La ciudad estaba en tinieblas. Sólo los relámpagos iluminaban el camino mostrando las ruinas y los cuerpos tirados en el suelo. Se escuchaban gritos, risas histéricas de pánico, alaridos de desesperación, llantos de niños. Para cuando terminó el segundo gran remezón la quietud suspendió el tiempo. Todos estaban expectantes, temerosos de lo que venía. Una luz roja apareció entre la negrura del aire polvoriento. Y otra luz. Los incendios dieron un respiro a los porteños, que por fin podían ver y buscar a sus seres queridos.

refugioAVBRASIL


La población que sobrevivió pasó la noche en los espacios abiertos: en las plazas, los descampes de los cerros y las grandes calles, como Avenida Brasil. Estos lugares se convirtieron en la residencia provisional de muchas familias. La Plaza de la Victoria se mostraba blanca por las sábanas que hacían de carpas para los habitantes. Los más afortunados alcanzaron a refugiarse en las congregaciones religiosas, en las naves fondeadas en la bahía y en los tranvías eléctricos.
El panorama era aterrador. Lo que el terremoto no había derrumbado se había calcinado, en uno de los 39 incendios que le siguieron. El Barrio del Almendral – de la Plaza de la Victoria hasta el Cerro Barón- había ardido por completo. Ni una sola vivienda se salvó. Tampoco el Mercado Cardonal, el Teatro de la Victoria y la Intendencia, la Gobernación Marítima en la Plaza Sotomayor y el Muelle Fiscal en el Puerto, por mencionar algunas de las pérdidas.
El perjuicio humano fue el más doloroso: 3 mil muertos - sin contar a los que quedaron en estado de gravedad y fallecieron después - y más de 20 mil heridos. Pero los porteños, lejos de caer en una depresión colectiva, a menos de un mes de la catástrofe soñaban con el futuro esplendoroso de Valparaíso. En la leyenda de una ilustración de la revista Zig - Zag del 2 de septiembre se leía: Contemplando esta fantasía pictórica asistimos a la resurrección de un pueblo que se levanta lleno de soberano empuje, como al impulso de un soplo vivificante y misterioso; a un espectáculo que acaso podamos presenciar unos cinco años más tarde. Lo cierto es que ya se barajaban distintos proyectos de recuperación urbana y sólo cuatro años después, para el centenario de la emancipación de Chile, Valparaíso festejaba lleno de vida, fortalecido.
Juan de Dios Ugarte Yavar, en su libro de 1910, Recopilación histórica de Valparaíso, recuerdo del primer centenario nacional, escribió: Ya se ven en pie valiosos edificios, casi todas las calles ya delineadas y dentro de poco la nueva población será el orgullo de sus habitantes.
Quizás influyó en esta actitud progresista el que no fuera la primera vez que la ciudad se veía obligada a renacer de sus ruinas, sino la séptima. El terremoto que inauguró la serie fue el de mayo de 1647, cuando Valparaíso era una caleta de pescadores muy pequeña. No hubo víctimas humanas. Le siguió el de julio de 1730, que estuvo acompañado de una salida de mar que afectó a la Iglesia de la Merced y las pocas viviendas de El Almendral. En mayo de 1751 la población despertó de madrugada por los movimientos telúricos. Nuevamente el templo de los mercedarios fue destruido. Pero el de noviembre de 1822 sería más cruel. Terminó con la vida de 78 personas y dejó más de 100 heridos, entre los que se encontraba el Director Supremo de Chile Bernando O’ Higgins, de visita en Valparaíso y quien por poco es aplastado por una de las paredes de la Casa de Gobierno. Sólo 29 años después la tierra daría su quinto azote, el dos de abril de 1851 a las siete de la mañana. Se derrumbaron algunos edificios entre los que estaba - otra vez - la Iglesia de la Merced. En marzo de 1896 el terremoto vino de noche y hubo pérdidas de mercaderías en las casas comerciales, ya comunes en la ciudad. Pero ninguno fue tan terrible como el de 1906.
Como si fuera poco, no sólo sismos ha sufrido el Puerto. El 15 de marzo de 1843 se produjo un incendio que destruyó casi completamente el barrio comercial. Aún no existía el Cuerpo de Bomberos, por lo que fue la ayuda de los buques extranjeros la que detuvo el siniestro. Y todo empezó porque un muchacho jugaba a torturar con una vela a una rata entrampada. La vela cayó cerca de unos barriles de brea y el resto es historia.
inundacionTRAGEDIA


El 15 de diciembre de 1850 otro incendio ilumina la bahía. Esta vez arrasa con la edificación de la Calle del Cabo, hoy Esmeralda. Tras este segundo gran incendio en la ciudad, se tomó la decisión de formar el Cuerpo de Bomberos.
Dieciséis años después, Valparaíso ardería de nuevo; esta vez no por accidente. El 31 de marzo de 1866 los españoles, en guerra con los chilenos, ya planeaban su retirada, pero antes se aseguraron de ser recordados. Durante tres horas 2600 bombas y granadas fueron disparadas hacia los puntos más significativos de la ciudad: la Intendencia, los almacenes de la Aduana, la Bolsa de Comercio y la línea del ferrocarril. La tierra quemada, Alimapu, hizo honor a su nombre.
No satisfecho el destino con tanta desgracia sobre Valparaíso, el 11 de agosto de 1888 corrió con violencia quebrada abajo, entre los Cerros San Juan de Dios y Yungay, un mar de agua que el ciudadano Nicolás Mena tenía almacenada en su tranque personal, unas ocho cuadras más arriba del Camino de Cintura. Las autoridades le habían advertido sobre los peligros de su represa, más hizo caso omiso y la fue ensanchando de a poco hasta que se derrumbó el muro de contención. Una ola roja de fango gredoso se precipitó cuesta abajo arrastrando desde troncos hasta personas. Pasó por las calles Yungay, Bellavista y Condell, destruyendo casas y comercios, incluso dejando víctimas fatales. La gente pensaba que se había salido el mar, pero fue lo que después se conocería como “la catástrofe del Tranque Mena”.
Las condiciones poco higiénicas en que vivía la población, sobre todo la de escasos recursos, hacían de Valparaíso un blanco fácil para las pandemias. La falta de agua potable, de un sistema de alcantarillado, la acumulación de basura y el hacinamiento en que vivían las familias en los conventillos eran excelentes condiciones para enfermarse. En 1887 hubo una epidemia de cólera que vino desde Quintero. Se hicieron “cuarentenas terrestres”, con soldados que no dejaban pasar a los transeúntes que iban hacia Valparaíso, hasta chequear que no estuvieran contagiados. De igual manera la enfermedad terminó con 2.079 vidas en el Puerto.
Esa no era la primera crisis infecciosa de Valparaíso; de hecho, en 1831 y 1832 había sido la escarlatina la que causó estragos. Tampoco sería la última. En 1905, un año antes del gran terremoto, la ciudad se vio abatida por la viruela. Los hospitales no daban abasto y sólo había cuatro médicos para atender a domicilio. Una masiva vacunación – tratamiento odiado por los porteños - terminó con la epidemia. Aún así, más de mil personas fallecieron. Y justo cuando la población recuperaba su moral, el terremoto vino a confirmar su destino infausto. Valparaíso, cual Prometeo encadenado, recibiría su sino con sobriedad.

1969. Aldo Francia estrena su película Valparaíso, mi amor. El film comienza con el arresto de un hombre y sus hijos por tratar de robar ganado. Los carabineros van a dejar a los niños a su casa en el Cerro Cordillera. La pobreza es evidente. Viviendas de latas y tablones de madera con suelos de tierra. La cámara de Francia se atreve a enfocar el lado “feo” de la ciudad. Ya no el esplendor decimonónico de las crónicas de Mary Graham, ya no la vida bohemia y los cabaret, sino la realidad de muchas familias porteñas. Un Valparaíso sin esperanzas.
¿Cómo llega el Puerto a esto? Son varios los momentos de crisis que lo anticipan. Paradójicamente, para explicarlo hay que retroceder al comienzo de su auge: 1870. Ese año Valparaíso sufrió una fuerte crisis comercial. Europa estaba viviendo su desarrollo industrial y por ende, funcionar en el mercado mundial exigió manejar más capital, dinero que el empresario porteño no tenía. En paralelo se instalaban en Valparaíso los inmigrantes extranjeros, en su mayoría británicos, levantando empresas, bancos, industrias y negocios. Pero las ganancias no se invertían en la ciudad sino que eran llevadas a sus países de origen; parte del lujo que se veía en las calles del Puerto era prestado. De esto los porteños no se percatarían hasta mucho después, cuando los extranjeros comienzan a retirar su capital tras el estallido de la 1ª Guerra Mundial en 1914.
El segundo antecedente tiene que ver con el desarrollo de otro puerto en la región, San Antonio. En 1911 se inaugura una línea férrea que lo conecta directamente con Santiago; si desde la capital el viaje a Valparaíso era de tres o cuatro horas, el recorrido hasta el nuevo puerto tomó sólo una. Lentamente, Valparaíso pierde su título de “Puerto de Santiago”. Ya para 1980 sería evidente: San Antonio sobrepasa en movimiento portuario a Valparaíso.

Canal de Panamá
Exclusa superior durante la construcción del Canal de Panamá

El hecho que más comúnmente se vincula con el decaimiento del puerto de Valparaíso, es la apertura del Canal de Panamá en 1914. Sin embargo, fue la consecuencia de un fenómeno más amplio. En 1869 se termina de construir la línea férrea que uniría la costa este de Estados Unidos con la oeste. El inmenso país del norte comienza a crecer hacia su interior, generando más mercados, y los europeos paulatinamente van concentrando sus negocios en Estados Unidos. Si antes a Valparaíso llegaba mercancía extranjera que era repartida por Sudamérica, ahora esa carga en su mayoría iría a parar a la costa oeste de Estados Unidos. Pero el FFCC era aún demasiado lento, necesitaban una ruta más expedita. Es entonces cuando se crea el Canal de Panamá.

En 1929 la economía mundial sufrió un fuerte revés, luego de quebrar la Bolsa de Nueva York. Chile fue uno de los países más afectados, dada su condición de mono productor de salitre. Los mercados se cerraron y no había posibilidad de recibir insumos extranjeros. Comienza la política del auto sustento, el desarrollo hacia adentro: nada entra y nada sale. Por lo tanto, un bajo movimiento en el Puerto y el fin de las riquezas del salitre: ya no había quien comprara, entre otras cosas, y aparece el salitre sintético.

Santiago
Santiago 1950
A los cambios económicos siguieron los sociales. A partir de 1950 muchos porteños emigran hacia la capital del país. Y con ellos empresas bancarias, industriales y de servicios. En Santiago estaba el aparato del Estado, los empleos que de él derivan, las universidades, las Fuerzas Armadas, las industrias y buenas vías de comunicación: el FFCC y las carreteras. Valparaíso, al estar tan cerca de la capital, fue absorbida por ésta. Las familias de la elite porteña, como los Foxley, Alessandri, Solari, Edwards y Lyon partieron. Los emprendedores burgueses del Puerto ya no querían hablar más de negocios, sino de política. Quieren refinar sus intereses y ser parte de la aristocracia santiaguina. A partir de los 60 la clase alta y media de Valparaíso emigra también hacia Viña del Mar. Para el historiador Ricardo Iglesias, todo esto tuvo un efecto muy negativo:- Si hoy a Valparaíso le cuesta surgir es porque no tiene una fuerte elite.
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El estero Marga Marga, Viña del Mar década del 60 - Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar
Hasta entonces la ciudad había podido mantener su identidad de puerto. Aún había mucha gente trabajando en él. La declinación financiera y comercial se hacía cada vez más evidente, pero seguía en pie una fuerte actividad de servicios orientada al comercio interno. La vida bohemia gozaba de su esplendor. Si bien menos barcos atracaban en la bahía, los que lo hacían se quedaban por días en el Puerto, dándole vida y manteniendo su impronta cosmopolita. No es menor que en las siguientes décadas, a pesar de una decadencia en aumento, la ciudad sea escenario de la inspiración de artistas como el poeta Pablo Neruda, el documentalista holandés Joris Ivens, el cineasta viñamarino Aldo Francia y el dibujante porteño Lukas, Renzo Pechenino.
De 1973 a 1989 el país estuvo bajo el régimen militar de Augusto Pinochet. Luis Arredondo, residente del Barrio Puerto y entonces de 23 años, había vivido desde niño los mejores años de la bohemia de bares, restaurantes, boites y casas de remolienda. El 11 de septiembre, día en que los militares se tomaron el poder, Arredondo abrió la puerta de su casa a las siete de la mañana y se encontró con un grupo de marinos merodeando el sector. ¡Cierre la puerta y no salga!- le gritaron. La Plaza Echaurren y sus alrededores tomaron otro tono. Con el toque de queda pasó que los negocios cerraban justo a la hora y la gente que salía quedaba en la calle y a todos se los llevaban los carabineros.
La bohemia nunca tuvo color político en el Barrio Puerto, pero de todas maneras las personas tenían miedo y hubo quienes se fueron para no volver más. Los bares y restaurantes cerraron poco a poco por la falta de clientes. Más aún durante la década de los ochenta, en que los turnos de los trabajadores portuarios se vieron reducidos y los barcos ya no recalaron por semanas sino apenas un par de días.
Luis Quioza, porteño de nacimiento, fue trabajador portuario desde 1942. Tenía quince años y partió pintando buques. En 1972 entró al Sindicato de Estibadores. En el Puerto cada uno hacía su trabajo: el estibador en el barco sacando cargas, el movilizador recibiéndolas en el muelle, el embalador en las bodegas fiscales y el marino de bahía. Los roles estaban bien definidos. Pero a partir de septiembre de 1973 eso cambió. Los interventores del Puerto empezaron a ofrecer veinte mil pesos a quien entregara su matrícula de trabajador del puerto. Yo nunca quise entregarla. Te daba derecho al trabajo y cualquier reclamo era respetado, sin ella no valías nada. El puerto comenzaba a preparar su modernización.
A finales de los 70 las grandes compañías navieras como la Sudamericana de Vapores, la Grace y la A. J. Broom tomaron a personas, como sesenta cada una y dejaron a los sindicatos casi pelados. Los que no aceptaron unirse quedaron sin trabajo. Después las empresas empezaron a reducir personal. Si antes nueve hombres recibían las cargas, ahora sólo lo hacían dos. Además se perdió el respeto por el oficio de cada uno: a todos los mandaban a barrer.
En 1982 otro tipo de golpe remecería al país y a la ciudad: la crisis económica. Hubo una recesión mundial que en lo local significó el cierre de muchas industrias y el traslado a Santiago de otras tantas, como la refinadora de azúcar, Crav y Hucke, la fábrica de golosinas. Esto sucedía a un año de que el Puerto se modernizara, rompiendo con la cadena humana de trabajadores que hasta entonces se necesitaba para su funcionamiento. El circuito se había reducido a embarcación – grúa – conteiner - camión.
Luis Quioza se encontró con un viejo conocido, que era asesor de una de las compañías navieras que le dijo:- ¿Por qué no se va a trabajar conmigo? Si trabajaría arriba del buque no más, no en el muelle. Yo le dije- Mañana le respondo- y nunca lo hice. No acepté, porque sabía como era la cosa. Antes la carga venía a granel, necesitabas dos hombres para bajar un saco de azúcar. Después todo venía en container.

La ciudad se vio altamente afectada por la modernización del Puerto y la crisis económica. Si había un 25% de desempleo en el país, Valparaíso llegó a tener uno de los mayores índices. Era una ciudad triste -dice el historiador Iglesias, desde su experiencia como porteño-. Las grandes construcciones del Valparaíso histórico terminaron en garajes o en estacionamientos. Había mucho abandono. Ya el Gitano Rodríguez había cantado en los sesenta: Porque no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza. En los ochenta ese temor tuvo un real asidero: Valparaíso tocó fondo.
Eliana Vidal fue testigo de ello. Porteña de crianza y activista de vocación, tuvo que partir al extranjero debido al Golpe de Estado. En noviembre del 84 estaba de vuelta: quería volver a Valparaíso, no a Chile. Todos los porteños en el exilio cantábamos “del Cerro los Placeres, yo me pasé al Barón…”, hacíamos grupo aparte. Una vez en su ciudad recorrió todos los cerros. La vio más pobre. A la semana ya estaba buscando una organización social en la que hacer algo. Y se encontró con los Talleres de Aprendizaje que organizaba el Programa Interdisciplinario de Investigación de la Educación –PIIE- en el Cerro Placeres. Se fue a vivir para allá.
Los talleres habían partido a finales de los setenta con fondos enviados desde Inglaterra. Eran dirigidos a niños y niñas de siete a once años que no iban a la escuela por problemas socioeconómicos, o lo hacían muy irregularmente. En general ambos padres trabajaban, muchos en la pesca y las mujeres en los espineles; los niños pasaban todo el día jugando en la calle. La idea era darles herramientas para tener confianza en sí mismos, lo que redundaría en mejores resultados cuando volvieran a la escuela.
En 1986 hubo un temporal; una semana de lluvias. Se hizo un catastro de las familias que habían sufrido más daño. Eliana Vidal participó en el censo: nos encontramos con que había personas durmiendo en hoyos del cerro. Y las casas que estaban más mal no eran a las que se les había caído una pared, sino que a las que sólo les quedaba una.
Las ollas comunes se formaron alrededor de 1985; la primera en el patio de la casa de su dirigente, llamada María. Una choza con tablas, ramas y ladrillos de barro; afuera un tambor, una especie de horno para hacer pan. Se cocinaba todos los días. A veces conseguían alimentos de los almacenes “amigos”, otras veces compraban con dinero que reunían haciendo rifas o que les mandaban exiliados originarios del Cerro Placeres. Por lo general asistían cincuenta personas por día, vecinos del barrio.
Las ollas comunes se disolvieron a principios de los noventa, con el retorno a la democracia. Pero Eliana recuerda que la gente tenía mucho más hambre que durante la dictadura. En dictadura se recibía ayuda, la gente mandaba plata.
De principios de los noventa hasta hoy Valparaíso ha bajado su tasa de desempleo. Aún hay bastante pobreza, pero existe una mayor preocupación por la ciudad y sus habitantes. La voluntad manifiesta de autoridades y de la comunidad porteña porque Valparaíso salga adelante

1975. En una sala de clases de la Universidad de Valparaíso, la arquitecta Myriam Waisberg imparte su seminario número 100 sobre patrimonio. Aún así la mayoría de sus colegas no entienden por qué se preocupa tanto de “cosas viejas”. Estaba siendo visionaria, la Unesco había creado la Convención de Patrimonio Mundial sólo tres años antes. Por suerte, hubo quienes sí se interesaron en su rescate del pasado, como Cecilia Jiménez, arquitecta de aquella universidad. Trabajaron juntas desde 1976 hasta la muerte de Waisberg en 2004. Durante la década de los ochenta se dedicaron a estudiar la arquitectura religiosa de la ciudad y las casas de Playa Ancha; de ambos proyectos se publicaron libros que hoy marcan pauta en el tema patrimonial.
Recién en 1991 las autoridades de Valparaíso decidieron discutir el tema con la comunidad: se hizo un Cabildo Ciudadano. Un coro unánime, que abarcaba desde académicos hasta el más humilde de los vecinos, declaró: se está destruyendo nuestra ciudad. No querían más bombas de bencina donde antes hubo edificios antiguos. La Municipalidad acogió el llamado y dos años después encargó un Estudio Seccional para determinar qué edificios tenían valor patrimonial y poder modificar el Plan Regulador Comunal en orden de protegerlos. El alcalde de entonces, Hernán Pinto, puso a la cabeza del equipo a Cecilia Jiménez. Se hizo un estudio histórico de la ciudad desde sus orígenes, también uno urbano de sus plazas, ascensores, escaleras y pasajes, y una escala de valoración que determinaba que mientras más valioso el edificio menos se podía intervenir. Era la primera vez que se reunía toda esta información, que aún hoy es una guía para las consultoras de arquitectura interesadas en el tema patrimonial. Fue un trabajo de pura camiseta, no era pagado. Mis compañeros de oficina me decían:- Sigues con esas cosas viejas- cuando yo sacaba los planos en cualquier rato libre que tuviera.

Patrimonio
Su gente, patrimonio intangible
En 1995 se hizo la Quinta Jornada de Preservación Arquitectónica y Urbana, organizada por la Universidad de Valparaíso, que implicó un tercer encuentro con especialistas latinoamericanos. Fue entonces cuando se sugirió que Valparaíso postulara ante la Unesco. En ese momento hablar de patrimonio de la humanidad todavía era un decir, no nos creíamos el cuento- dice Cecilia Jiménez, que estuvo presente.
Ese año el tema tomó vuelo a nivel país. Se logró la nominación del Parque Nacional Rapa Nui como Patrimonio Mundial, proceso en el que estuvo desde la CONAF el arqueólogo Angel Cabeza, que más adelante pasaría a ser Secretario Ejecutivo del Consejo de Monumentos Nacionales. Por supuesto que queríamos hacer lo mismo con otros lugares -dice Cabeza- Entonces empezamos a trabajar una lista tentativa de Sitios de Patrimonio Cultural de Chile. Debían representar un momento especial en el proceso evolutivo de la historia de la humanidad. Dos años después, en 1997, la nómina abarcaba veinte lugares y se decidió dar prioridad a Chiloé y Valparaíso.
Cabeza junto a la directora de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de ese entonces, Marta Cruz- Coke y el Delegado Permanente de Chile ante la Unesco, Samuel Fernández, visitaron al alcalde de Valparaíso y a su comité asesor. Me acuerdo de que uno de los concejales en tono de broma y en serio nos dijo:- A ustedes los tenemos que colgar, porque están hipotecando el futuro de Valparaíso. Para parte del Concejo, el desarrollo de la ciudad estaba en la construcción de edificios de altura y en la industrialización. En cambio, el grupo de visitantes planteaba que conservar la ciudad y potenciar su patrimonio con el turismo también era desarrollo. Nosotros estábamos en contra de una visión progresista únicamente desde el punto de vista inmobiliario. No existiría Venecia, no tendrías París.
Finalmente, en 1998, el alcalde Pinto decidió crear la Unidad Técnica de Patrimonio. Nuevamente, Cecilia Jiménez estuvo a cargo del proyecto; con el Estudio Seccional en sus manos la mitad del trabajo estaba avanzado. Pero faltaba seguir los pasos de la guía operativa de la Unesco, lo que no era fácil. El Consejo de Monumentos Nacionales estaba preparando la postulación de Chiloé –que sería nominado el 2002- y sólo iba a revisar la de Valparaíso.
Vinieron expertos internacionales, como el arquitecto Crespo Toral de Ecuador, que coincidieron en que para participar se debía cumplir con dos condiciones: demostrar que el bien era excepcional o único en el mundo y asegurar una gestión para su preservación. Como la tarea era titánica, la Municipalidad pidió ayuda a las universidades estatales y privadas de la zona, las que hicieron estudios históricos, geográficos, arquitectónicos, turísticos, de archivos, etc.
El expediente partió a París sin que el Consejo alcanzara a revisarlo. El tema de la singularidad estaba super bien pero no había gestión- dice Cecilia Jiménez, quien fue en representación de la Unidad Técnica. Además, Angel Cabeza recuerda que hubo errores en el enfoque del documento. En la UNESCO les recomendaron que retiraran la postulación y volvieran cuando las promesas de cuidar el bien fueran hechos o al menos, proyectos factibles.
Con el gobierno de Ricardo Lagos Escobar, desde el 2000, se inició una nueva etapa en que el Estado se comprometió con la causa de Valparaíso. Se hicieron gestiones que garantizaban el cuidado del patrimonio. Lagos dio orden de abocarse al tema a todas sus Secretarías Ministeriales Regionales. Así, se crearon subsidios de rehabilitación patrimonial, programas de recuperación de espacios públicos y mejoramientos de fachadas, entre otras cosas. Además, se incluyó en el Comité Asesor a agrupaciones porteñas privadas, como el Movimiento Ciudadanos por Valparaíso –grupo que se caracterizaba por su defensa del área antigua de la ciudad desde principios de los noventa- y la Fundación Valparaíso, que desde 1998 se dedica a desarrollar proyectos que potencien el valor patrimonial del puerto.
Se encargó al Consejo de Monumentos Nacionales redactar el nuevo expediente, que por fin en diciembre del 2001 se volvió a enviar. Cabeza, quien estuvo en París, reconoce que no fue fácil ganar la nominación:- Teníamos que convencer a tres organismos: al staff administrativo de la Unesco, a Icomos -Consejo Internacional de Monumentos y Sitios- y finalmente, a los 21 países del Comité de Patrimonio Mundial.

Valparaíso Patrimonio
La Celebración en las calles porteñas - Aporte el Mercurio de Valparaíso
La ciudad estaba deteriorada. Más que su valor arquitectónico patrimonial -afectado por los edificios de altura modernos- lo que se postulaba era su rol histórico en el siglo XIX, cuando Valparaíso se erguía como una muestra de la globalización mundial. En el momento de la votación, el delegado de Egipto, quien tenía mucho peso en la mesa, fue clave. Se levantó y dijo que él votaba a favor de Valparaíso porque no dejaba de recordar cuando era niño y llegaban los barcos salitreros de Chile a Alejandría. Su apoyo junto con el de Inglaterra, país que reconocía la importancia que tuvo Valparaíso como puerto principal de Sudamérica en el 1800, permitieron que el sufragio se cargara hacia el “sí”. En el año 2003 el puerto ya se podía proclamar Patrimonio de la Humanidad.
Yo siempre digo que todo partió como un rugido de ratón; no nos correspondía hacer esta gestión a nivel local- reflexiona hoy Cecilia Jiménez. Pero lo hicieron y gracias a ese esfuerzo, el Consejo de Monumentos Nacionales tuvo una buena base para mejorar el expediente. Por su parte, Angel Cabeza está orgulloso de haber participado de un proceso que hoy permite a Valparaíso combinar el desarrollo comercial- portuario con lo patrimonial- turístico. Los cambios son lentos, pero si no vives en la ciudad y la visitas, los ves. Las fotos de 1996 y las de hoy son muy distintas.
En la base de este logro está el que la comunidad quiera a su ciudad. Así se demostró en el Cabildo Ciudadano de 1995 y de ello se percató Cabeza cuando la visitó dos años después. De ahí que los porteños sean exigentes con sus autoridades. Valparaíso es una ciudad vigente que avanza recordando su pasado.

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