
El gran vencedor del fuerte de Boroa fue el gladiador don Alejandro Vivar, quien era hijo de la Guerra de Arauco, ya que en una de las acostumbradas malocas a territorio enemigo don se roban animales y mujeres, fue sorprendida la comitiva del rico encomendero don Alejandro de Vivar del Risco, que retornaba a Concepción, después de visitar con su familia, una de sus haciendas, de improviso se vio rodeado de un batallón araucano, que de inmediato como parte del botín de guerra, procedió a repartirse los cautivos, cuya joya mas valiosa, la joven de 18 años, Isabel de Vivar y Castro que pasó a poder del cacique Curivilú , con quien tuvo un hijo.
Unos cinco años después los españoles tomaron venganza al sorprender al jefe indio, dándole horrorosa muerte y llevando a la cautiva a Concepción, en donde ella entró a un convento para ocultar su vergüenza y su hijo al pasar los años, lo hizo al ejercito. Donde digamos la verdad. Era mirado con desprecio por su condición de mestizo. Baldón, que lo convertía en un ser, al que ningún peninsular se le acercaba, sin sentir un escalofrió de dsprecio. Su brillante desempeño en Boroa, no cambió en nada el trato que habitualmente se le daba.
Esto lo llevó a seguir el ejemplo de Lautaro. Alejandro de Vivar se internó en la cordillera de Nuhuelbuta en busca del ulmén de su padre muerto hace ya unos 20 años, cuando fueron él y su madre rescatados y llevados a Concepción. Como el sabia que el trato a los mestizos en la jungla araucana era diametralmente opuesto al que recibían entre los hispanos. Los mapuches los recibían con los brazos abiertos, porque llevaban conocimientos que servían especialmente en el aspecto militar y se le trataba con gran cariño. Eso llevó a Alejo en dirección del ulmen del cacique Huenquelao, amigo personal y vicetoqui de su padre el cacique Curavilu a quien le narra su vida entre los huicas y su decisión de ponerse al servicio de la causa mapuche.

El viejo Huenquelao lo aceptó de inmediato, manifestándole que sus enseñanzas militares sería de mucha utilidad para sus conas.
El Mestizo Alejo, llamado Ñancu por los mapuches, agudiza aun mas el espionaje y organiza batallones de exploradores al mando del experimentado guerrero Huenchullan, quien da batidas, roba ganado, vigila los fuertes y captura prisioneros en forma tal, que un día llegó
con un grupo de prisioneros, contando que les quitó todo el armamento y ordenó destruir los cañones y explotar la pólvora. Ñancu le dice que no repita esa tontera porque con esas armas podían haberle causado una derrota mayor a los huincas. Huenchullan, respondió. ¡Es verdad!
Feliz el Mestizo Alejo veía el enorme progreso de sus conas, especialmente en el manejo de una nueva arma, que consistía en lanzar una tea ardiendo con gran preescisión, por lo que decidió atacar Concepción, cuya guarnición no tuvo tiempo de pedir ayuda a los fuertes de
Conuco y Chepe y en el colmo de la desesperación enviaron a parlamentar a la madre del Mestizo con este. Doña Isabel suplicó a su hijo que se retirara y no hiciera daño a la ciudad y Ñancu por amor a ella, no destruyó Concepción y le dijo. Madre a esos huincas engreídos les será muy difícil mirarte a los ojos. Ya que son altaneros para humillar a los mestizos, pero son unos cobardes incapaces de defenderse y tienen que recurrir a una mujer para que parlamente con el enemigo en nombre de ellos, que sin duda están tiritando tras esos muros.
Madre deseo antes de que te retires, que veas un simulacro de lo que le esperaba a este miserable pueblo y volviéndose al vicetoqui Loncoluan le dijo, proceder con el simulacro. Acto seguido 400 honderos lanzaron igual cantidad de teas encendidas, demostrando de que si no hubiera sido por su madre, en contados minutos Concepción sería una hoguera.
Idos querida madre con la plena seguridad de que fuiste tú quien salvó a tus aborredecidos compatriotas, pero te prometo que antes de volver a Nahuelbuta arrasaremos con Chepe, Conuco y todos los fuertes que encontremos en nuestro camino.
Muy difícil le resultó al Mestizo Alejo ordenar la retirada, sin destruir Concepción, teniendo que actuar con máxima energía, para explicar sus razones a los disgustados toquis, entre ellos el fiel Huenchullan, que resueltamente enfrentó al Mestizo ¿No estas conforme con la determinación que he tomado? preguntó Ñancu. ¡ No! rugió Huechullan. Como un rayo el Mestizo Alejo sacó su hacha de combate y la descargó partiendo en dos el cráneo de Huenchullan. ¿Alguien mas ? bramó Ñancu. Hubo un silencio sepulcral. Pues bien dijo entonces. Nos dirigimos a San Fabián de Conuco y allá si que tendrán que combatir.
Pronto el fuerte Conuco estuvo a la vista. Allí la batalla fue horrenda, su comandante don Pedro Torres y Bados, fue bárbaramente mutilado y el fuerte destruido. Luego se dirigieron a Chepe que corrió igual suerte y actos de heroismo, cuando un soldado prendió fuego a la santa bárbara, volando en mil pedazos el y una infinidad de indios. Desde aquí Ñancu y sus hordas emprendieron la marcha al sur, pasando por Talcamavida y Santa Juana que redujo a cenizas y robando antes todo el licor que encontraron, se lo dio a sus conas, quienes se emborracharon durante días. Avivando al Mestizo Alejo y olvidando lo sucedido en Concepción.
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